domingo, 30 de diciembre de 2007

Nancy Cunard, Una femme fatal en Chile

El mito de la mujer fatal, la vampiresa de entre guerras, tuvo su inspiración en una aristócrata inglesa. La aventurera recreada por el cine y la literatura, musa de los movimientos artísticos mas importantes del pasado siglo, tuvo un pequeño y desconocido paso por nuestro país. Esta es parte de su historia.

“Si usted, blanca señora, o mas bien los suyos, hubieran sido secuestrados, golpeados y encadenados por una tribu mas poderosa y luego transportados lejos de Inglaterra para ser vendidos como esclavos, mostrados como ejemplo irrisorio de la fealdad humana, obligados a trabajar a latigazos y mal alimentados. ¿qué habría subsistido de su raza? Los negros sufrieron estas y muchas mas violencias y crueldades. Después de siglos de sufrimiento, ellos, sin embargo, son los mejores y mas elegantes atletas, y han creado una nueva música mas universal que ninguna. ¿Podrían ustedes, blancos como lo es usted, haber salido victoriosos de tanta iniquidad? Entonces, ¿quiénes valen mas?”.

Estas líneas estaban incluidas en un folleto de tapas rojas titulado “Negro man and white Lady ship” que fue enviado en navidad a los representantes de la aristocracia londinense de los años treinta. Las escribió Nancy Cunard como respuesta a su reciente expulsión de la familia por parte de su madre, al enterarse de su fuga junto a un músico negro importado recientemente por el Hotel Savoy, junto a una de las primeras bandas de Jazz. Esta fue la forma en que esta quijotesca mujer se vengo de la sociedad londinense de la década del treinta. ¿Pero quien fue Nancy Cunard?
Heredera de uno de los imperios navieros mas poderosos de la época, la Cunard Line. Nancy paso su infancia rodeada de los intelectuales que acudían a las tertulias organizadas por su madre, que pertenecía al circulo intimo de Eduardo VIII y Wallys Simpson. Veladas a las que asistían el joven Aldous Huxley, el famosos director Sir Thomas Beecham (amante de su madre) y el que se rumoreaba era su verdadero Padre, Georges Moore.
Aldous Huxley sucumbió a la misteriosa belleza de Nancy y la convirtió en su obsesión. La transformo en la antiheroina de varias de sus novelas, despechado por el rechazo de la aristócrata. La inglesa desterrada estuvo destinada a formar parte de la decadente sociedad londinense, pero decidió hacer el transito por la vidad desheredada y valiente, comprometiendo su existencia donde hubiera injusticia y dolor. Asi es como se traslada a Norteamérica con su amante de color, decidida a solidarizar con los muchachos negros de Scottboro, acusados de infamias que no cometieron, condenados por la justicia racista americana. Nancy debe huir nuevamente, expulsada por la policía.
La volvemos a encontrar en el verano y el otoño de 1939, en su primer viaje a España en plena guerra civil, como corresponsal de la “Associated negro press”. Aquí encontró dos amistades que se mantendrían largamente.
Una con Ángel Goded, portero del hotel Majestic de Barcelona y la otra con Pablo Neruda, cónsul en Madrid.
George Orwell se encuentra también por esa época en la capital española, donde describe la atmósfera de igualdad, en donde los mozos y los dependientes enfrentaban las miradas de igual a igual. La misma atmósfera que describe Hemingway en sus inolvidables relatos sobre la España republicana, (“Por quien doblan las campanas” y Muerte en la tarde”). La aristócrata inglesa se encuentra en su elemento. Conocidas son sus preferencias por gondoleros, empleados de hotel, taxistas y por los artistas.
Ella encontró al plebeyo cónsul chileno infinitamente mas simpático que al cónsul de Gran Bretaña. Lo sintió un ser calurosos que amaba la buena mesa, el vino y las mujeres. Neruda, que en esa época tiene 32 años, ocho menos que Nancy, le presenta a sus amigos poetas españoles: García Lorca, Rafael Alberti, Raúl Gonzáles Tuñon, Cernuda, Vicente Alexaindre y toda la pleyade de escritores defensores de la republica quedan extasiados ante la belleza e inteligencia de estas mujer maravillosa, que a los treinta años había causado las mismas reacciones sobre los surrealistas.
La mujer cosmopolita que había saboreado las corrientes artísticas de su época como nadie. Se extasió con el cubismo, las esculturas de Epstein, con Stravinski, los ballets rusos, el jazz americano. Discutió con T.S. Elliot, coqueteo con Louis Aragón, que incluso casi termina con su vida, enloquecido por la aristócrata errante. El poeta francés la coloca como protagonista de su novela “Blanca o el olvido”, y se enamora de Nancy de manera demencial. La amenaza con matarse si no es correspondido. Ella lo exhorta a quitarse la vida, agregando de que quedaría muy sorprendida si tuviera el valor de hacerlo. El se va a un hotel e ingiere una cantidad fuerte de somníferos. Vuelca su sentimiento en el “Poema para gritar en las ruinas”.
Ahora se encuentra parada en el ojo de una tormenta de sangre, La guerra civil española. Se da cuenta de que debe tomar parte, y logicamente se opone al fascismo.
Neruda es despedido de su cargo diplomático, al dar apoyo publico a los republicanos. Inmediatamente se pone en acción con sus amigos. Debía defender la causa de la republica con todos los medios.
Pronto se traslada junto a Nancy Cunard a la pequeña casa que esta posee en la campiña francesa, donde tiene una pequeña imprenta tipográfica.
Neruda, que siempre quiso ser tipógrafo, recordaría su impericia como cajista, donde transformaba las letras. Así la palabra parpados se convertía en dardapos, al colocar las “p” al revés en la caja de composición. Nancy, años después, le escribe desde Londres, burlándose, “Mon cher dardapos”. En 1936 apareció, dirigida por nuestro poeta y Nancy Cunard, la revista “los poetas del mundo defienden al pueblo español”. Cada numero contenía poemas de los variados intelectuales y amigos de todo el planeta.
La revista fue un ejemplo seguido en varios países y el dinero recolectado fue destinado a la causa republicana. Pero la balanza de la guerra ya se estaba inclinando del lado del fascismo. El corazón del pueblo fue acuchillado, el poeta granadino Federico García Lorca había sido fusilado por los soldados franquistas, luego moriría el campesino de Orihuela, Miguel Hernández, en una cárcel madrileña. Picasso, desde Paris, inmortaliza el horror de Guernica, pueblito devastado por las brigadas condor nazis.
La causa que había ejercido un magnetismo sobre poetas y artistas del mundo, moría estrangulada por el fascismo. Comenzó la persecución franquista, Neruda organiza el viaje de cientos de perseguidos, en lo que el ha llamado la causa mas noble de su vida, el viaje del pequeño barco “Winnipeg”, repleto de refugiados españoles, hacia el amparo del gobierno de chile y el presidente Pedro Aguirre Cerda.
Nancy Cunard también viaja a chile, con una visa conseguida por su amigo Neruda. Después de una travesía de cinco semanas, la escritora inglesa desembarca en Valparaíso. Viene acompañada de un joven torero.
La aristócrata que bebió con desenfreno la bohemia londinense, en los altos y bajos fondos de la city retratada por Dickens, sigue bebiéndola en nuestro país, pero ahora en las picadas de la calle san Pablo y Bandera. Aquí juguetea con el ratón agudo, amigo de Neruda, sin comérselo.
El joven torero la abandona al poco tiempo y se instala con un local de salchichas y embutidos. Nancy toma por amante a un desdentado poeta provinciano, borrachín empedernido que la golpea con regularidad británica, lo que la obligaba a presentarse con gafas oscuras durante el día.
Su paso por nuestro país duro veinte meses, en los cuales revoluciono el ambiente de la época.
La mujer fatal de entre guerras viaja por el mundo provocando escándalo con su sexualidad exhibicionista, sus pugilatos, sus borracheras en publico. Peleaba donde podía con la policía, causando espectáculos callejeros.
Siguió escribiendo apasionadas denuncias dirigidas a jefes de estado, acusando cualquier injusticia en el mundo.
Pronto viene una reclusión en el hospital Saint Clemens, del East End en Londres, consigue salir pronto pero es encerrada nuevamente.
Las crisis se agravan con el tiempo.
Estaba perdiendo la razón, deliraba.
Durante el ultimo año de su vida pesaba 26 kilos. Hablaba sin parar, haciendo reminiscencias de sus antiguos amores. Su antiguo enamorado, Louis Aragón, sale en defensa de la mujer por la cual intento suicidarse.
En la ultima época de su vida, arrienda un miserable habitación en un hotel parisino de ínfima categoría. Los clientes que subían por las escaleras la encontraban sentada en los peldaños. Se detenía a tomar descanso para el alucinante viaje a su habitación en el tercer piso, que demoraba dos horas.
Ella los acosaba con preguntas. “¿Conocen a Pablo Neruda? ¿Piensan ustedes que obtendrá el premio Nobel este año?”. Luego les pedía averiguar si Samuel Beckett estaba en la ciudad.
El 16 de marzo de 1965, la que fuera imagen rebelde de entre guerras, expiraba en el hospital cochin de Paris.
Moría solitaria en la cámara de oxigeno del hospital parisino. El “Evening Standard” dio el adiós doloroso a la reina de los años veinte, la figura excéntrica de los años locos.
Alrededor de su figura flotan las melodías de esa época única en el siglo XX. Los blues y spirituals afro americanos, el jazz, las baladas de la España republicana y los himnos inmortales de la poesía francesa moderna.
Una extraordinaria mujer que se estrello contra lo mas odiado, su clase.
Y que a pesar de ello, realizo el paso por este mundo con soberbia y apego a sus principios, librando desafiante la lucha hasta la ultima batalla.

jueves, 6 de diciembre de 2007

El Paraíso perdido de Jorge Teillier


Progresamos ¿Por qué no retroceder? Jean Nicholas Arthur Rimbaud, 1873.

A finales de la década del sesenta, el rostro de la poesía en chile estaba de recambio. El parnaso chileno estaba poblado por las grandes glorias de nuestra poesía. Desde Isla negra, Neruda dominaba el ambiente y extendía su influencia en todas direcciones, dentro poco recibiría el Premio Nobel de Literatura y se convertiría en el poeta de los oprimidos y los sin voz en los duros años que estaban por venir.
Nicanor Parra, el poeta mas lúcido que ha habitado en estos parajes estaba pronto a recibir el reconocimiento del premio nacional por su transformación antipoética iniciada algunos años antes.
Pablo de Rokha se disparaba un tiro en la cabeza ese mismo año, el gran atormentado terminaba así una larga querella con sus compañeros poetas y con la vida.
En este escenario comenzaban a brillar con luces propias dos nuevos poetas, Jorge Teillier y Enrique Lihn, es en esta época donde comienzan a adquirir el prestigio y la calidad de mitos, los dos heridos por los tiempos que se avecinan, compartirán el mismo destino y el desprecio a pesar de ser reconocidamente autores de culto entre las nuevas generaciones. Teillier sobreviviría largos años a esta revolución y su recuerdo aún perdura, más bien, pervive entre nosotros.

En ocasiones paso por la Unión Chica, el bar de la calle Nueva York, en pleno centro de Santiago. Teillier decía que cada ciudad tenia su geografía oculta, desconocida para el común de sus habitantes y que solo podía ser apreciada por algunos pocos espíritus predispuestos a ese encuentro. La Unión Chica era de esos lugares en la década del 70, un sitio tranquilo y con un aire de novela de Dickens, que el poeta convirtió en uno de sus bares metafísicos, un refugio tranquilo y acogedor, donde el tiempo parece transcurrir lentamente y con esa atmósfera de otra época que lo convierte en un lugar especial y acogedor, uno de esos bares que tocados por la poesía se convierten de inmediato en parte del folclor urbano, en míticos.
Sentado en ese lugar, tomando una cerveza y con un cigarro en la mano, observe una vez más el retrato del poeta, la sencilla fotografía que cuelga en un rincón a la entrada del bar. Me gusta mirar esa fotografía, me gusta pensar que el actual dueño del bar, y los conocidos del poeta, tuvieron el buen gusto de entender de que se trataba todo.
Ahí radica el encanto de la antigua Unión Chica, la sobriedad de esa sencilla fotografía en un lugar apartado, lejos de los cuadros de perros jugando pool y partidas de naipes que constituyen el decorado del lugar, se convierte en el homenaje mas sentimental a su parroquiano más famoso. Es inevitable pensar en Teillier cuando se esta ahí.
Supongo que el bar se mantiene tal como era que en los años 70, existe una fotografía del poeta celebrando un cumpleaños, y ahí están las mismas mesas, la misma barra, los mismos viejos, los menús escritos con tiza mojada en las ventanas, y las caprichosas figuras en el enrejado.
En este ambiente, a pasos de la moneda, comienzo a imaginar los días previos a las elecciones de septiembre de 1970, que llevarían al candidato Salvador Allende a media cuadra de donde estoy sentado, y que protagonizaría los mil días mas agitados de nuestro siglo.
Teillier había abandonado el pueblo de Lautaro, y había desembarcado en santiago varios años atrás trayendo la neblina y el sonido de los trenes nocturnos en su maleta para convertirse en profesor de historia de la Universidad de Chile.
Por esa época Jorge Teillier publicaba regularmente unas crónicas en la revista “Plan”, bajo el nombre de “El agua bajo los puentes”, titulo bastante premonitorio, ya todos sabemos cuanta agua y sangre corrió bajo esos mismos puentes unos años mas tarde, pero queda este testimonio de días mas inocentes.
Estas crónicas urbanas no disimulaban las simpatías del poeta por el proceso que se estaba viviendo, incluso declaraba no suicidarse hasta pasado el 4 de septiembre, día de la elección. Hijo de un viejo comunista, creía firmemente en el triunfo, en la revolución democrática que estaba a las puertas, contagiándose como todo el mundo, dejándose llevar por la euforia de esos días y con el pensamiento puesto especialmente sobre su viejo padre, un antiguo dirigente que había estado en la trinchera social desde los primeros años. Su poema “Ratrato de mi Padre, militante comunista”, destila toda la admiración y el sentimiento por el padre.
Pero las crónicas aparecidas en los diferentes diarios no solo retrataban la agitación política, Teillier nos sumerge en la vida cotidiana del Santiago pre UP, nos describe una mañana cualquiera al interior de la Biblioteca Nacional, o un domingo en la Quinta Normal o el Cerro San Cristóbal, denuncia (35 años atrás) el efecto idiotízante de la televisión, que por esos años estaba en pañales. Se queja amargamente de la perdida del rito de la conversación, relegada a un segundo plano por la televisión y el fútbol. Medita sobre el alcoholismo social, y sobre su propia afición a la bebida, mientras pasea por el corazón de la ciudad camino al bar mas cercano.
El poeta ya había publicado seis libros, entre ellos el maravilloso debut en las letras con “Para Ángeles y Gorriones” en 1956, y las “Crónicas del Forastero” en 1968, y era uno de los más prestigioso poetas afines a la candidatura de Salvador Allende.
Alimentado por la cultura popular, formado en las conversaciones de bar y en los Salones de la Universidad, con poetas desdentados y jóvenes aspirantes a escritores, Teillier se mueve desde lo popular, hasta las mas refinada poesía.
El poeta nos pasea por la literatura provisto de una lámpara y nos indica un camino. Asombra con su profundo conocimiento de la literatura y la poesía de todos los tiempos, parece conocer a cada autor, por sus textos desfilan desde Allen Ginsberg, al que entrevista una mañana en un hotel de Santiago, hasta Francois Villon, en un París nocturno plagado de lobos. Desde Nicanor Parra, en un restauran de Ñuñoa, hasta Truman Capote en las praderas de Kansas.
El prólogo a una traducción de Sergei Esenin, “el último poeta de la aldea” conmueve como solo Teillier sabía lograrlo, la narración de los últimos días de este joven poeta Ruso, y el escenario de invierno donde este se desarrolla son de una desolación brutal.
En el conocido relato del funeral de Baudelaire, el poeta logra transmitir en ese breve texto toda la admiración por el héroe trágico y enfermo, el albatros humillado por última vez, y que no adivina toda la gloria por venir.
Lo mismo ocurre con el relato del conocido episodio en Bélgica, entre el adolescente Arthur Rimbaud y el dionisiaco Paúl Verlaine, el célebre altercado es narrado con la fascinación del que lo descubre por primera vez.
Sus textos son una verdadera guía para los amantes de la literatura. Es ese mundo de la cultura y la calle, la mezcla entre poesía y pulso urbano lo que se convierte en un testimonio de la intensa vida cultural de nuestro país en esos instantes, algo que podríamos considerar el reverso del aclamado documental la “Batalla de Chile”, con el cual se complementan el documento audiovisual y el universo poético.
El poeta siente un particular interés por nuestros escritores. Especialmente por los locos anarquistas del primer tercio de siglo, Teillier redescubre a los que llamo los poetas olvidados, en un ejercicio de la memoria nos vuelve a narrar las vidas de los Verlaine, Baudelaire y Rimbaud chilenos, reencarnados en el mítico cadáver Valdivia, en el trágico Joaquín Cifuentes, el adolescente Romeo Murga, el excesivo Alberto Rojas Jiménez y varios más, que desfilan en sus escritos mostrándonos sus miserables vidas, en donde la poesía se muestra ferozmente honesta y humana, y al mismo tiempo redentora. La admiración de Teillier es la de un amante nuestras raíces que rescata con su arte a estos poetas inmortales de la literatura chilena, dotándolos de trascendencia, y convirtiéndolos de paso en referente obligado para los nuevas generaciones de poetas.

Las respuestas al universo de Teillier hay que buscarlas en el propio poeta, en su poesía y especialmente en su labor de cronista, en la claridad que volcaba como critico literario, en sus lecturas, tan diversas pero unidas por un fino hilo conductor.
Teillier no desprecia ningún genero, se refiere con respeto a los antiguos folletinistas, esos escritores considerados de cuarta categoría, y que sin embargo todos hemos leído, deleitándonos con esas historias amenas y bien narradas. Los libros de viajeros del siglo XVII son su deleite, con ese instinto que le otorga su calidad de profesor de historia, sabe perfectamente cuales son los textos dignos de la memoria, los verdaderamente útiles para el imaginario chileno, los imperdibles de nuestras letras.
En un país que desconoce su historia, casi despreciada y escasamente entendida, la poesía de Teillier se nutre de ella y nos enseña a ver lo que tenemos frente a nosotros, pero jamás prestamos atención.
Por otra parte, el pensamiento de Jorge Teillier se opone, incluso repudia el mundo racional, mecanizado, carente del verdadero sentido que parece ser la aspiración de la mayoría de las gentes que solo persiguen pequeñas metas, el confort, la comodidad, un televisor y un auto son expulsados del imaginario del poeta.
Jorge Teillier vuelca sus sentidos y nos entrega un mundo donde la búsqueda de la felicidad, realizado en la vuelta a la infancia, la edad dorada por la que todos pasamos, y que de alguna forma queremos recuperar, se convierten para el poeta en una suerte de sello personal, único e inconfundible. La clave de su escritura esta provista de estos elementos y de un profundo sentido de arraigo, un ancestral sentimiento de pertenencia lo distancia de su generación. El creador e ideólogo de esta generación fue Enrique Lafourcade, y es también el mejor ejemplo de la pequeña burguesía citadina, deseosa de abandonar el país y encontrar éxito y el anhelado aire cosmopolita que quisieran exudar en sus libros. La generación del 50 se caracterizo por esta meta, y es irónico pensar que el más recordado poeta entre estos escritores fuera también el único que se alejo de su preceptos y cuya poesía sigue tan viva y acrecentándose frente a las nuevas generaciones.
Teillier manifiesta en cada uno de sus textos, con una carga imaginativa poderosa y vital, el deseo del retorno a la infancia, como una forma de ordenar el mundo que le ha tocado vivir. No es extraño encontrar entre sus textos los ingredientes tan particulares, esos guiños a lo popular, a lo que podríamos denominar “lo chileno”.
El poeta además tiene una profunda claridad sobre su oficio y la dignidad que este conlleva. Jorge Teillier comprende y lucha por su arte, y se manifiesta a favor de sus colegas, sumidos por lo general en interminables querellas literarias, peleas banales que no conducen a nada y en donde muchos caen desangrados, vencidos.
Azota en el piso a los chupasangres de siempre, detesta las antologías, que el denomina “antolojías” por lo caprichoso de las selecciones, creadas por el hambre de los sin talento, esos bichos que se arrastran entre los verdaderos poetas para vivir su minuto de gloria a costa del genio que le has sido negado.
En cada una de sus acciones el poeta parece escoger la trinchera correcta, siempre se mantuvo al lado de los sencillos, de los humildes. Como todos los grandes, se marginó de los odiosos cenáculos literarios, de esos escritores “fatuos como un cisne de fieltro”.
Durante la dictadura se refugió en un pueblito cercano a Santiago, una propiedad llamada el “Molino del Ingenio”, que combinaba con visitas cada vez mas cortas a la capital, donde se refugiaba junto a los amigos que quedaban en esta mítica Unión Chica, donde lo recuerdo hoy.
La muerte visitó al poeta en “El Molino del Ingenio” en 1996.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Meditaciones sobre la “Recta Provincia”

Se podrían aplicar a Raoul Ruiz las mismas palabras con que Alberto Rojas Jiménez definió en su momento a Vincent Huidobro, catalogándolo como “Poeta francés nacido en Chile”. Claro que esta afirmación no es lo bastante exacta en el caso del laureado director. Raoul Ruiz, “Cineasta francés nacido en Chile” por estos días vuelve a ser Raúl Ruiz, el director con la cara mas chilena que se pueda encontrar, una cara tan chilena como las que podemos observar en la piojera, en la vega central o en cualquier rincón de la estrecha geografía, cara de curao.
Podría parecer una inmensa falta de respeto a un verdadero autor del cine contemporáneo, con un currículo impresionante y una filmografía que excede con creces el ciento de películas, una figura de autentico nivel internacional, con una personalidad tan inquieta y visión tan particular que no duda en filmar la obra del comedor de quaker chileno Enrique Lafourcade, convirtiendo a “Palomita Blanca” en uno de los registros mas nostálgicos y despolitizados que uno pueda encontrar sobre el periodo UP, eso es tener ojo. Tampoco duda al momento de reinterpretar y llevar a la pantalla la obra del anémico escritor francés Marcel Proust, “El tiempo recobrado”.
Quizás ahí esta la clave de su cosmopolitismo intelectual, un autor que se mueve por caminos tan disímiles revela una seguridad y una tremenda capacidad de observación y entendimiento poco comunes, una especie de camaleón intelectual que es capaz de adaptar a su afiebrada mente los mas intrincados hilos del mundo que adopta.

Raúl Ruiz regresa luego de treinta años a filmar el campo chileno, uno podría esperar (como se ha comprobado con cualquier habitante del reino que viaja un par de semanas a España) un mimetismo exagerado con las costumbres del viejo continente.
El mismo Ruiz declara que a los filósofos chilenos no se les encuentra en academias, sino en los bares. Esta aguda observación revela que los años fuera no han hecho otra cosa que agudizar su visión sobre el carácter nacional, revitalizándola con la distancia.

El titulo de la serie de cuentos sobre el campo chileno es su primer acierto, de los muchos que pude observar durante la emisión del capitulo primero, “La Recta Provincia” recoge el nombre de la oscura secta de brujos chilotes que fueron enjuiciados, en el celebre y mítico proceso realizado en Ancud el año de nuestro señor de 1880. Un magnifico comienzo para la tarea de empapar de esa atmósfera desquiciada los antiguos relatos del campo chileno.
El elenco es otro de los grandes aciertos, Bélgica Castro, cuyo nombre parece nimbado de toda esa trouppe cultural de los 60, Víctor Jara incluido. La poderosa presencia de esta actriz aporta toda la carga de energía que se vivía en el teatro chileno durante esa década. La música esta a cargo de Ángel Parra, otro de los iconos sesenteros que pululan por la serie. Parra aporta lo suyo, como si el inmenso trabajo de investigación y divulgación comenzado por su madre aflorara desde su garganta con el sello de esa voz carrasposa, entonando rimas y versos rescatados desde la noche de los tiempos desde el campo chileno, para salir convertidos en la banda sonora perfecta para la serie.

El gran hacedor que es Raúl Ruiz, regresa tan fresco como si nunca hubiera salido de los limites de este estrecho pasillo, recoge los frutos del gran árbol de la cultura chilena, que estaban ahí, disponibles para todos, y se lanza a filmar la odisea de mostrarnos el lado encantado, mágico, de lo que somos. Y desde los títulos nos recuerda que somos, que alguna vez fuimos un país con una imaginación tan afiebrada como para someter a proceso a un grupo de brujos chilotes mientras el mundo vivía en plena revolución industrial.
La atmósfera atemporal, extraña, inquietante, en que se desarrolla la historia no es casual. Existe un libro maravilloso, fruto de la investigación y el trabajo recopilador del profesor Yolando Pino Saavedra, “Cuentos Folclóricos Chilenos”. Los que han tenido la suerte de ojear sus paginas, podrán comprender con un atisbo de claridad de donde provienen muchos de nuestros enigmáticos mitos, Raúl Ruiz lo sabe, y lo filma con claridad en imponentes espacios, caminos solitarios, grandes planos del peculiar paisaje rural que aumentan la atmósfera misteriosa y extraña.
Rebaños de cabras en los cerros pelados, un casa en medio de la nada, una ramada en mitad del campo, con duelo de payadores incluido que recuerdan el legendario relato del mulato Taguada y don Javier de la Rosa, toscos y huraños campesinos bebiendo en jarros de greda, con trenzas de ajos colgando por los rincones, vestidos con atuendos típicos del campo chileno de mediados del siglo XIX, la viuda, el niño inocente, las almas en pena, los tres hermanos, la flauta de hueso y por supuesto el diablo, el gran personaje de la imagineria nacional, ese diablo engañado por rotos, viajero de noche, jinete solitario vestido de negro, oloroso a azufre, con pequeños cuernos en el pelo lustrosos y enmarañado y de un humor malicioso y jovial. Los ingredientes de la gran cazuela que son los cuentos chilenos, el chile imaginado desde las entrañas por su gente y prácticamente olvidado.
Sin estridencias innecesarias, Ruiz filma fantasmagóricas escenas teatrales, acentuando la atmósfera onírica de este mundo patas pa´rriba.
Resulta útil comentar que los cuatro capítulos que serán emitidos cada lunes coincidirán con las próximas fiestas patrias, en una jugada original, una verdadera apuesta para el lamentable nivel de la televisión por estos días, “La Recta Provincia” parece ser el aporte que faltaba al nuevo revival patriotero que se nos viene junto al bicentenario, y Raúl Ruiz no se quiso quedar fuera de la fiesta.
Dentro de algunos años esta “rara” serie se convertirá en objeto de culto, el regalo final de una generación de creadores tan significativa que la profunda fosa cavada por los militares no pudo ocultar del todo.
Me saco los zapatos.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Génesis de un leyenda chilena

Hace algún tiempo, hojeando un libro sobre el séptimo arte, me entere que el personaje más veces llevado al cine es Sherlock Holmes, seguido de Drácula. Lo curioso es que los dos son el fruto de la imaginación de escritores victorianos, personajes de ficción.
Los días de ocio me llevaron a plantearme la pregunta, pero llevada a nuestro país.
La respuesta es cuando menos, aburrida.
No tenemos un personaje filmado innumerables veces. Nuestro cine tiende a registrar ideas, como es el caso de la dictadura y los derechos humanos, que son de lo más repetido en nuestra reciente filmografía. Es indudable que en estas películas la sombra de Pinochet esta siempre presente, en ocasiones ni es nombrado, pero su presencia se adivina. De cualquier manera el ejemplo no ayuda mucho.

Nueva pregunta ¿Cuál es el personaje mas representado, en cualquier formato, en nuestro país?

En el inconsciente colectivo chileno, la figura de Manuel Rodríguez ha estado siempre presente, cualquier ciudadano sabe quien es, todos hemos escuchado hablar de el, son decenas las calles, las plazas, las poblaciones a través de todo Chile que llevan el nombre del Guerrillero. La figura del héroe trágico de la Independencia es parte esencial del alma de nuestro pueblo. En cada casa de nuestro país se le reconoce con simpatía, como reencarnación de lo mejor de nuestra raza. Venerado por Moros y Cristianos, su figura no es desconocida ni siquiera para los niños, debido en parte a los caudales de tinta que se ha vertido sobre su agitada vida.
La Historia es más o menos conocida. El guerrillero nació en Santiago en 1775, hijo de una dama aristócrata, doña Loreto Erdoiza, casada en segundas nupcias con un agente de aduana de nacionalidad peruana, don Carlos Rodríguez.
Su infancia transcurrió tranquila y feliz, el niño era un pilluelo que junto a sus vecinos y amigos, los hermanos Carrera, herederos de la mas linajuda familia del Santiago Colonial, cometían pequeñas tropelías, fruto de su carácter travieso y apasionado.
El pequeño Manuel también se sentía cercano al pueblo, y sus correrías lo llevaban a compartir con su gente, en el barrio la chimba y en las peleas de gallos, donde aprendió a vivir en libertad, y conoció los problemas y la manera de vivir de los mas sencillos.
Con el tiempo se gradúa de bachiller en leyes, después de estudiar en el colegio Carolino. Jamás se desempeño en su profesión, marginado por ser un criollo, ya en esos años, cercano al ideal libertario de la Patria Vieja.
Es en esta época donde se renueva su amistad con sus compañeros de travesuras. José Miguel Carrera regresa al país luego de largos años al servicio de las tropas de la corona en la lucha contra Napoleón. Inflamado por las ideas libertarias aprendidas en Europa, retorna convertido en un gallardo oficial del cuerpo de Húsares de Galicia.
Los acontecimientos se precipitan, José Miguel Carrera en un golpe de audacia se toma el poder secundado por sus hermanos Luis y Juan José. La guerra estalla. El ejercito realista desembarca en Concepción y los campos del sur se convierten en el escenario de la revolución
Empujados por los realistas, el ultimo reducto es la villa de Rancagua, defendida por el Brigadier O`Higgins. La batalla se pierde después de dos días de Sangrienta lucha.
El quiebre es total, Carrera y O`Higgins se enfrentan por ultima vez, culpándose mutuamente del desastre, en una querella que se arrastra hasta nuestros días.
El desbande se generaliza y la población de santiago cruza la cordillera en un penosos éxodo hasta Mendoza, donde el general San Martín recibe a O`Higgins como general del ejercito Patriota, desconociendo al caudillo José Miguel Carrera, el verdadero líder, este es el comienzo del fin para el antiguo Húsar de Galicia.
Manuel Rodríguez llega a Mendoza junto al bando Carrerista y es marginado del nuevo ejercito que prepara San Martín. Sumido en la inactividad, tan ajena a su carácter, ve pasar los días monotamente, y finalmente decide ofrecer su ayuda al receloso general San Martín. En una tensa reunión explica sus planes, cruzar la cordillera hacia chile y desarrollar una labor de espionaje, organizando montoneras distractoras. San Martín acepta, admirado del coraje de Rodríguez y le ofrece toda su ayuda.
Durante la reconquista Manuel Rodríguez recorrió los campos provocando múltiples acciones tendientes a desorientar a los Talaveras, el regimiento de elitte de los realistas. En su audacia llega hasta tomarse la Villa de Melipilla y el pueblo de San Fernando, al mando de su guerrilla y secundado por el feroz bandido Miguel Neira.
En 1817 el ejercito de los Andes emprende el cruce de la cordillera, mientras Rodríguez multiplica sus correrías, sembrando el desconcierto entre los realistas, dividiendo las fuerzas que protegen los pasos cordilleranos.
Los patriotas triunfan en Chacabuco, y entran en Santiago. Pero la alegría inicial se transforma en desesperación al conocerse el desastre de cancha Rayada, donde O´Higgins es herido y los patriotas huyen provocando la alarma en medio del caos.
Es aquí donde Manuel Rodríguez, el héroe que ya ostenta una enorme popularidad, transformado en Teniente Coronel, organiza su propio cuerpo, bajo el romántico nombre de “Húsares de la muerte” y pronuncia las inmortales palabras de aliento en medio de la desesperanza. “!Aun tenemos patria ciudadanos¡”.
Pero no todo esta perdido, la ultima batalla se librara en los llanos de Maipú, en las cercanías de Santiago y que el destino decidirá a favor de los patriotas y los caudillos San Martín y O´Higgins, que se presenta con el brazo en cabestrillo cuando la batalla estaba concluida.
Desde este punto todo es confuso y siniestro. Los hermanos Luís y Juan José Carrera son fusilados en un oscuro calabozo en Mendoza. La sombra tenebrosa de la Logia Lautarina extiende su brazo asesino, y entierra el puñal sobre los que se oponen a sus intereses.
O´Higgins y San Martín son miembros de esta temible sociedad.
Rodríguez la conoce y la desafía, oponiéndose a sus siniestros representantes, firmando su sentencia.
Al Húsar de la muerte se le intenta alejar, es apresado y huye de la cárcel de Valparaíso.
Se le ofrecen cargos y se le trata de comprar, pero el ya ve al dictador en que se ha convertido O´Higgins, y su carácter libertario y revolucionario se encabrita.
Irrumpe a caballo en el palacio de gobierno, seguido de algunos ciudadanos que pretenden dar a conocer las exigencias del pueblo.
Es apresado y enviado a Valparaíso, pero la sentencia ya esta firmada por el tirano.
Durante el trayecto a Quillota, en un lugar llamado Cancha del Gato, en el pueblito de Til-Til, es cobardemente asesinado por la espalda por el teniente Antonio Navarro, al que la tradición convirtió en una suerte de Judas criollo.
El cuerpo del romatico patriota quedo al pie de un maitén, devorado por lo perros.
Ese fue el solitario final del héroe popular, el mas querido de los caudillos de la independencia de nuestro país, es el comienzo del mito.


Con la muerte del guerrillero Se inicia la tradición oral, la conversaciones junto al fuego en noches de lluvia fueron la primera manifestación, y la mas poderosa del cariño con que el pueblo honro a su más querido hijo.
La desgraciada suerte corrida por los ardientes jóvenes, los románticos patriotas que fueron los Carrera y Rodríguez, no se acallo. Estaban presentes en el corazón del pueblo que comentaba en sigilo, con devoción y respeto, las correrías de los héroes por los campos de la zona central
Pasarían varios años para que la literatura americana se preocupara de sus propias historias. Los primeros historiadores de la independencia, Benjamín Vicuña Mackenna, Miguel Luís Amunategui, Barros Arana, los mas ilustrados de su época, fueron los que se preocuparon por ordenar los acontecimientos del pasado.
Entrevistaron a los sobrevivientes de la Independencia, recolectaron documentos y cartas, catalogaron cerros de documentos tratando de ordenar los hechos.
Pero también recopilaron la tradición oral, y escribieron los primeros episodios sobre Manuel Rodríguez.
Amunategui publicó en 1874 unos breves relatos donde se menciona por primera vez una historia relacionada con Rodríguez, en este articulo relata el archiconocido episodio donde el ladino Rodríguez abre la puerta del coche a Marco del Pont. Con seguridad, este hecho recogido de la tradición oral, es el primer ejemplo de cómo el ciudadano común percibía la figura romántica de Rodríguez.
Posteriormente, don Enrique del Solar publicaría sus “Leyendas y Tradiciones”, muy famosas en esos años. En este libro el autor exagera toscamente el antagonismo entre peninsulares y patriotas, donde los del bando español son muy malos y los criollos demasiado buenos. En este escenario las figuras de San Bruno y Manuel Rodríguez calzan con perfección.
Algunos años después, Alberto Blest Gana escribiría en el transcurso de varios años su libro “Durante La reconquista”, aquí aparece definido el carácter pícaro del guerrillero, su inmenso ascendiente sobre el pueblo, sus disfraces y hazañas, así como también su contraparte, encarnada por el regimiento de los Talaveras, y sobre todo por el sanguinario Capitán San Bruno, y su lugarteniente, el sargento Villalobos, encarnaciones del mal y la represión realista sobre los patriotas.
En esta novela se dibujan por primera vez las características de los protagonistas esenciales de los episodios mas famosos del astuto guerrillero.
Terminada la Guerra del Pacifico, el sentimiento patriótico estaba en su apogeo, se daban las condiciones mas fértiles para el florecimiento de la novela histórica.
Liborio Brieba venia publicando como folletines, en diversas revistas, novelitas que se desarrollaban durante la guerra de la independencia. En 1888 decide agruparlos en un libro titulado “Episodios Nacionales”, con destreza y agilidad narrativa relata los padecimientos de una familia de ilustres patriotas. A partir del desastre de Rancagua y durante la reconquista, el escritor narra las aventuras de Rodríguez, agregando nuevos elementos a la historia, como la compañía de una hermosa mujer llamada Amelia.
En esta novela se mezclan elementos de ficción, entrelazados con la verdad histórica, ingredientes que convirtieron a la novela en una especie de best seller a fines del siglo XIX. La historia nos lleva al interior de la ciudad de Rancagua durante su feroz sitio, a la cárcel de Santiago; atestada de presos políticos, por el cruce de la cordillera durante el trágico éxodo de los patriotas, a los campos de la zona central, a las guaridas de los montoneros reclutados por el audaz guerrillero, a los pasillos del palacio de gobierno, a la isla de Juan Fernández; destierro miserable de los antiguos patriarcas criollos, a las mazmorras del sangriento capitán San bruno, y después de tantas penurias, nos lleva a la anhelada libertad del pueblo chileno. La narración se detiene en este instante feliz, con un Rodríguez viviendo la tranquilidad junto a Amelia, pero deja vislumbrar el crimen que manchará la memoria nuestra historia.
El año 1910 marcó un momento especial para Chile, el primer centenario de la independencia. Los festejos fuero grandes, se tiro la casa por la ventana y se revivieron las antigua gestas de los patriotas. Se pueden encontrar en las revistas de la época, como Zig-Zag o el Mercurio de Valparaíso, numerosos artículos que destacaban la participación del gallardo guerrillero, que a esas alturas gozaba de toda la simpatía de su pueblo. La Historia de Manuel Rodríguez, apenas mencionada en los textos de historia, se mantenía vigente gracias a los escritores que habían cantado sus hazañas.
En los años siguientes el escritor Aurelio Díaz Mesa, continua con la sucesión de relatos sobre el héroe, siguiendo el sendero de Amunategui y Blest gana.
Con el nuevo siglo llegó el cine, y por supuesto una de las primeras películas arguméntales de nuestro país, volvía sobre el mito del Húsar trágico. La cinta de 1925 narra la etapa de la reconquista, y el nudo central del largometraje es la relación del guerrillero con un joven patriota, al que llaman capitán corneta.
“El Húsar de la Muerte” se restauro en los años sesenta y a partir de 1998 es declarada monumento histórico, además se le considera la película mas importante de la era del cine mudo, y la única que se conserva.
La figura mitica de Manuel Rodríguez continuo siendo fuente inagotable de inspiración para escritores y poetas, y siguió creciendo.
Su historia fue llevada al radioteatro en innumerables ocasiones.
A mediados del siglo pasado, Jorge Inostroza escribió el intento mas serio de relatar su vida. La novela Los “Húsares Trágicos”, con la romántica y desgraciada historia de los hermanos Carrera y Manuel Rodríguez se convirtió en uno de los libros mas vendidos.
Pablo Neruda escribió en su canto general “La Tonada de Manuel Rodríguez”, además de un poema épico dedicado a los desgraciados hermanos Carrera.
La televisión también rindió su homenaje al héroe popular. La teleserie “Amelia”, de 1978, relata la historia de amor desgraciado entre Rodríguez y la joven Amelia. El único recuerdo perdurable del culebron histórico son las patillas ridículas del actor Exequiel Lavandero.
La historia del guerrillero también era recreada durante unos capítulos de Teleduc, intento de educación a distancia que emitía canal 13 a mediados de los ochenta.
Suma y sigue, durante el apogeo del mercado editorial durante la Up, la editorial Quimantu en un esfuerzo único en la historia del país, lleno los quioscos de libros e historietas, jamás se había leído tanto como en esos años.
Quimantu, acorde con los tiempos, saca a circulación historietas que narraban historias de esforzados compatriotas: “El Manque”, especie de “Fugitivo” en versión chilena y ambientada en los campos de la zona central. “Los intrépidos de la Aurora”, que narra las aventuras de valientes pescadores en la zona austral. “Patrullera 205”, con las aventuras de una pareja de carabineros en el santiago psicodélico de la Up. Y por supuesto, “El Guerrillero”, creada por el gran Mario Igor, y que volvía a encantar a las nuevas generaciones con las aventuras del mítico patriota.
Hasta “Mampato” tiene su aventura junto a Manuel Rodríguez, gracias a su cinto espacio temporal, es trasladado a Santiago en plena reconquista, junto a su inseparable amigo “Ogu”, que como es de esperar, ayudan al travieso héroe en su lucha.
Las referencias al gran patriota son patrimonio de todos los chilenos, hasta en la lucha contra la dictadura su nombre volvió a ser usado por grupos de extrema izquierda, como un homenaje al ilustre patriota que alguna vez dijera “Si yo estuviera en el gobierno, y lo hiciera mal, yo mismo me derrocaría”
El Frente Patriótico Manuel Rodríguez enarbolo el nombre del guerrillero como bandera de lucha contra Pinochet, cometiendo los mas audaces episodios en la pelea contra el dictador.
Cuando término de escribir estas líneas me entero del proyecto de una miniserie sobre el “Húsar de la muerte” con motivo del bicentenario, dirigida por Gaspar Galaz. También me cuentan de la reciente inauguración de una estatua en la plaza de Puente Alto, en donde el héroe aparece vestido de paisano, protegido con una manta y con el sombrero alón ocultando su rostro ladino.
Así es como me gusta imaginarlo, cabalgando solitario por los campos de la zona central, cruzando como un celaje en medio de la noche…
Puede ser un obispo…puede y no puede…

Por Hipólito Casas Cordero.

Y en la música?
El recordado patriota también ha sido inspiración para nuestros músicos.
El compositor Vicente Bianchi, amigo de Neruda, musicalizo la tonada de Manuel Rodríguez, un clásico dieciochero en las voces de Silvina Infanta y los Baqueanos.
El poema tomado del Canto general se inspira en las hazañas del guerrillero. Neruda recogió con precisión el espíritu de la leyenda. El poema estructurado hábilmente como una tonada, toma los elementos mas perdurables del mito. Un Manuel Rodríguez recorriendo los campos, disfrazado de varias maneras para engañar a los españoles, recorre los campos de Colchagua envuelto en un halo de misterio y leyenda.
A nuestro gusto, el mejor y mas grande homenaje, a pesar de narrar un episodio especifico, y el menos feliz de la vida del Húsar, es la canción el “Cautivo de Til-Til”, de Patricio Manns. El compositor narra el momento de la detención y el posterior traslado de Rodríguez a Til-Til. El texto y la música destilan la tristeza del momento, el mejor retrato del generoso patriota que afronta la muerte con su rostro altivo y gallardo a pesar de lo ingrato del momento. Narrado por la voz del pueblo, el recuerdo de las hazañas del antiguo guerrillero, ahora en desgracia, flotan entre una nube de admiración e indignación popular. Entre las murmuraciones del pueblo, el relato nos presenta el momento en que el Húsar se convierte en mártir para dar paso a la leyenda.

martes, 20 de febrero de 2007

Anarquia Literaria

Son casi los únicos ejemplos de escritores anarquistas en Chile, Manuel Rojas y González Vera, junto al poeta Domingo Gómez Rojas, que apresado durante una huelga terminaría volviéndose loco en una oscura celda de la cárcel de Santiago. Representantes de una generación donde el idealismo se pagaba demasiado caro, en una época tumultuosa y oscura, estos hombres mantuvieron el valor y usaron las armas de su poderosa escritura para denunciar con energía la injusticia social y los atropellos del estado, la iglesia y la policía. Eran insolentes, audaces, solidarios, valientes y grandes intelectuales. Y se habían construido solos.

Cuando era un niño y comenzaba a refugiarme en los libros, descubrí un viejo texto escolar que había pertenecido a un tío, el que seguramente había sido obsequiado para nuestra educación. Era un viejo libro con las tapas cafés y el maravilloso diseño tipográfico de esos años, la cubierta parecía encerada por el uso y las paginas interiores estaban resecas y amarillentas. En ese libro leí por primera vez un cuento de Manuel Rojas.
El relato se titulaba “Laguna”, y narraba las desventuras de dos chilenos en un campamento de trabajadores en la cordillera argentina. La singular pareja estaba compuesta por un adolescente y un roto de memorable mala suerte que daba el nombre a la narración. Enganchados por una compañía inglesa para trabajar en las obras que abrirían un túnel para el tren trasandino, conocen un mundo de privaciones: hambre, frió intenso, pero también compañerismo y amistad entre un heterogéneo grupo compuesto por suizos, italianos, argentinos y varios chilenos más.
No tardaría la mala suerte en ensañarse con Laguna, una sucesión de accidentes y castigos por parte de los capataces de la compañía, concluyen por reducir al desafortunado roto a un costal de huesos desdentado. Por su parte el joven chileno decide emprender el cruce de la cordillera, sumándose a una pareja de decididos anarquistas. Laguna ruega, en una escena conmovedora, que lo lleven con ellos, cansado de la mala fortuna y decidido a morir en Chile. El final del relato es desolador.
Jamás había leído algo así, con esa atmósfera mezcla de pesimismo y esperanza, tan cruda y real para un niño que comenzaba a vislumbrar el mundo.
La aparición de los dos anarquistas fue algo que me intrigo durante un tiempo largo, nunca había escuchado esa definición, pero intuía que eran una casta especial de hombres, valerosos y solitarios, nada más.
Con los años me entere de que el episodio lo había vivido el mismo Rojas, que había cruzado la cordillera a pie y había llegado hasta Valparaíso durante su juventud, y que era anarquista.
Manuel Rojas se transformo con el correr de los años en uno de los escritores mas dotados de literatura chilena, duele pensar que sus textos son autobiográficos, que la medula de su escritura, lo que la nutre, es la exquisita combinación de realidad y ficción. Duele pensar que el joven Rojas padeció el hambre que describe en el magnifico cuento “El vaso de Leche”, pero es sencillamente la verdad.
Las privaciones del escritor marcaran su obra, jamás se despegara de ella y esta misma miseria vivida le otorgaran la calidad moral que mantuvo hasta su muerte en 1973.
Es comprensible entonces que el joven Rojas se integrara a las filas del anarquismo desde muy temprano, su escepticismo social lo volcaba en las paginas de la revista Claridad, principal órgano de denuncia de los estudiantes e intelectuales de aquellos años.
Manuel Rojas reúne las características esenciales del anarquista: La autoformación, la rabia social, y por sobre todo la idea de que es el propio individuo y nadie más, el que construye su propio destino.
A los dieciséis años había desempeñado todas las labores que un obrero trashumante podía realizar: zapatero, cerrajero, apuntador de teatro, peluquero, pintor de brocha gorda y por supuesto tipógrafo, el oficio clásico de los monjes anarquistas.
Las lecturas de William Faulkner, Mann y Proust definieron su carácter y lo introdujeron en el árbol que es la literatura, rescatándolo para siempre.
Después de años de preparación esta listo para el gran golpe, su obra maestra.
El libro que despediría violentamente el criollismo establecido, revolucionando los antiguos modelos de nuestra literatura e instaurando el relato realista. Por fin aparecía la novela que aplicaba técnicas modernas a un relato de criollismo urbano, gracias al estudio de los escritores de vanguardia. aparecía “Hijo de Ladrón” y la novela chilena se ponía pantalón largo.
En este difícil camino lo acompaño el otro escritor acrata de nuestra literatura, el también joven José Santos Gonzáles Vera, de similar vida y formación había nacido apenas un año después que Rojas, en 1897 en la localidad de “El Monte”.
Escapa de su hogar apenas un niño y se sumerge en los barrios marginales de santiago, aprendiendo múltiples oficios, hasta relacionarse lentamente con las letras.
Al igual que Manuel Rojas, Gonzáles Vera realiza una obra innovadora y cargada de vivencias, con una escritura lenta y bien pensada, el escritor describe con fina ironía los suburbios de principios de siglo. Con un estilo narrativo exquisito, de una fineza y claridad nunca antes vista, Gonzáles Vera depura su estilo hasta conseguir un minimalismo desacostumbrado en nuestras letras, mezclándolo con un humor de excepcional factura.
En su novela más conocida, esa joya de sencillez que es “Alhué”, el escritor logra cierta notoriedad. El breve e intenso libro describe con una prosa poética, cargada de emoción y nostalgia, el lento pasar en la sencilla villa detenida por el tiempo. Este es el único libro en nuestras letras en que cada descripción esta relatada con una mirada de un preciosismo sobrecogedor.
Con apenas dos libros publicados (Además de su debut en las letras con “vidas Mínimas” de 1923), el escritor es galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1950.
José Santos González Vera fallece en Santiago en 1970.

Estos dos grandes de nuestras letras son los sobrevivientes de los locos anarquistas de principios de siglo, ejemplos de virtud y entereza hasta el último de sus días.
Caminaron una vida juntos, y realizaron una gran cantidad de textos políticos, casi siempre en la revista “Babel”, considerada por muchos como la mejor publicación literaria en nuestra historia. Ahí gritaron las cosas por su nombre, siempre con coraje y dignidad. Fueron amigos hasta el final.

Manuel Rojas

José Santos Gonzáles Vera