domingo, 30 de diciembre de 2007

Nancy Cunard, Una femme fatal en Chile

El mito de la mujer fatal, la vampiresa de entre guerras, tuvo su inspiración en una aristócrata inglesa. La aventurera recreada por el cine y la literatura, musa de los movimientos artísticos mas importantes del pasado siglo, tuvo un pequeño y desconocido paso por nuestro país. Esta es parte de su historia.

“Si usted, blanca señora, o mas bien los suyos, hubieran sido secuestrados, golpeados y encadenados por una tribu mas poderosa y luego transportados lejos de Inglaterra para ser vendidos como esclavos, mostrados como ejemplo irrisorio de la fealdad humana, obligados a trabajar a latigazos y mal alimentados. ¿qué habría subsistido de su raza? Los negros sufrieron estas y muchas mas violencias y crueldades. Después de siglos de sufrimiento, ellos, sin embargo, son los mejores y mas elegantes atletas, y han creado una nueva música mas universal que ninguna. ¿Podrían ustedes, blancos como lo es usted, haber salido victoriosos de tanta iniquidad? Entonces, ¿quiénes valen mas?”.

Estas líneas estaban incluidas en un folleto de tapas rojas titulado “Negro man and white Lady ship” que fue enviado en navidad a los representantes de la aristocracia londinense de los años treinta. Las escribió Nancy Cunard como respuesta a su reciente expulsión de la familia por parte de su madre, al enterarse de su fuga junto a un músico negro importado recientemente por el Hotel Savoy, junto a una de las primeras bandas de Jazz. Esta fue la forma en que esta quijotesca mujer se vengo de la sociedad londinense de la década del treinta. ¿Pero quien fue Nancy Cunard?
Heredera de uno de los imperios navieros mas poderosos de la época, la Cunard Line. Nancy paso su infancia rodeada de los intelectuales que acudían a las tertulias organizadas por su madre, que pertenecía al circulo intimo de Eduardo VIII y Wallys Simpson. Veladas a las que asistían el joven Aldous Huxley, el famosos director Sir Thomas Beecham (amante de su madre) y el que se rumoreaba era su verdadero Padre, Georges Moore.
Aldous Huxley sucumbió a la misteriosa belleza de Nancy y la convirtió en su obsesión. La transformo en la antiheroina de varias de sus novelas, despechado por el rechazo de la aristócrata. La inglesa desterrada estuvo destinada a formar parte de la decadente sociedad londinense, pero decidió hacer el transito por la vidad desheredada y valiente, comprometiendo su existencia donde hubiera injusticia y dolor. Asi es como se traslada a Norteamérica con su amante de color, decidida a solidarizar con los muchachos negros de Scottboro, acusados de infamias que no cometieron, condenados por la justicia racista americana. Nancy debe huir nuevamente, expulsada por la policía.
La volvemos a encontrar en el verano y el otoño de 1939, en su primer viaje a España en plena guerra civil, como corresponsal de la “Associated negro press”. Aquí encontró dos amistades que se mantendrían largamente.
Una con Ángel Goded, portero del hotel Majestic de Barcelona y la otra con Pablo Neruda, cónsul en Madrid.
George Orwell se encuentra también por esa época en la capital española, donde describe la atmósfera de igualdad, en donde los mozos y los dependientes enfrentaban las miradas de igual a igual. La misma atmósfera que describe Hemingway en sus inolvidables relatos sobre la España republicana, (“Por quien doblan las campanas” y Muerte en la tarde”). La aristócrata inglesa se encuentra en su elemento. Conocidas son sus preferencias por gondoleros, empleados de hotel, taxistas y por los artistas.
Ella encontró al plebeyo cónsul chileno infinitamente mas simpático que al cónsul de Gran Bretaña. Lo sintió un ser calurosos que amaba la buena mesa, el vino y las mujeres. Neruda, que en esa época tiene 32 años, ocho menos que Nancy, le presenta a sus amigos poetas españoles: García Lorca, Rafael Alberti, Raúl Gonzáles Tuñon, Cernuda, Vicente Alexaindre y toda la pleyade de escritores defensores de la republica quedan extasiados ante la belleza e inteligencia de estas mujer maravillosa, que a los treinta años había causado las mismas reacciones sobre los surrealistas.
La mujer cosmopolita que había saboreado las corrientes artísticas de su época como nadie. Se extasió con el cubismo, las esculturas de Epstein, con Stravinski, los ballets rusos, el jazz americano. Discutió con T.S. Elliot, coqueteo con Louis Aragón, que incluso casi termina con su vida, enloquecido por la aristócrata errante. El poeta francés la coloca como protagonista de su novela “Blanca o el olvido”, y se enamora de Nancy de manera demencial. La amenaza con matarse si no es correspondido. Ella lo exhorta a quitarse la vida, agregando de que quedaría muy sorprendida si tuviera el valor de hacerlo. El se va a un hotel e ingiere una cantidad fuerte de somníferos. Vuelca su sentimiento en el “Poema para gritar en las ruinas”.
Ahora se encuentra parada en el ojo de una tormenta de sangre, La guerra civil española. Se da cuenta de que debe tomar parte, y logicamente se opone al fascismo.
Neruda es despedido de su cargo diplomático, al dar apoyo publico a los republicanos. Inmediatamente se pone en acción con sus amigos. Debía defender la causa de la republica con todos los medios.
Pronto se traslada junto a Nancy Cunard a la pequeña casa que esta posee en la campiña francesa, donde tiene una pequeña imprenta tipográfica.
Neruda, que siempre quiso ser tipógrafo, recordaría su impericia como cajista, donde transformaba las letras. Así la palabra parpados se convertía en dardapos, al colocar las “p” al revés en la caja de composición. Nancy, años después, le escribe desde Londres, burlándose, “Mon cher dardapos”. En 1936 apareció, dirigida por nuestro poeta y Nancy Cunard, la revista “los poetas del mundo defienden al pueblo español”. Cada numero contenía poemas de los variados intelectuales y amigos de todo el planeta.
La revista fue un ejemplo seguido en varios países y el dinero recolectado fue destinado a la causa republicana. Pero la balanza de la guerra ya se estaba inclinando del lado del fascismo. El corazón del pueblo fue acuchillado, el poeta granadino Federico García Lorca había sido fusilado por los soldados franquistas, luego moriría el campesino de Orihuela, Miguel Hernández, en una cárcel madrileña. Picasso, desde Paris, inmortaliza el horror de Guernica, pueblito devastado por las brigadas condor nazis.
La causa que había ejercido un magnetismo sobre poetas y artistas del mundo, moría estrangulada por el fascismo. Comenzó la persecución franquista, Neruda organiza el viaje de cientos de perseguidos, en lo que el ha llamado la causa mas noble de su vida, el viaje del pequeño barco “Winnipeg”, repleto de refugiados españoles, hacia el amparo del gobierno de chile y el presidente Pedro Aguirre Cerda.
Nancy Cunard también viaja a chile, con una visa conseguida por su amigo Neruda. Después de una travesía de cinco semanas, la escritora inglesa desembarca en Valparaíso. Viene acompañada de un joven torero.
La aristócrata que bebió con desenfreno la bohemia londinense, en los altos y bajos fondos de la city retratada por Dickens, sigue bebiéndola en nuestro país, pero ahora en las picadas de la calle san Pablo y Bandera. Aquí juguetea con el ratón agudo, amigo de Neruda, sin comérselo.
El joven torero la abandona al poco tiempo y se instala con un local de salchichas y embutidos. Nancy toma por amante a un desdentado poeta provinciano, borrachín empedernido que la golpea con regularidad británica, lo que la obligaba a presentarse con gafas oscuras durante el día.
Su paso por nuestro país duro veinte meses, en los cuales revoluciono el ambiente de la época.
La mujer fatal de entre guerras viaja por el mundo provocando escándalo con su sexualidad exhibicionista, sus pugilatos, sus borracheras en publico. Peleaba donde podía con la policía, causando espectáculos callejeros.
Siguió escribiendo apasionadas denuncias dirigidas a jefes de estado, acusando cualquier injusticia en el mundo.
Pronto viene una reclusión en el hospital Saint Clemens, del East End en Londres, consigue salir pronto pero es encerrada nuevamente.
Las crisis se agravan con el tiempo.
Estaba perdiendo la razón, deliraba.
Durante el ultimo año de su vida pesaba 26 kilos. Hablaba sin parar, haciendo reminiscencias de sus antiguos amores. Su antiguo enamorado, Louis Aragón, sale en defensa de la mujer por la cual intento suicidarse.
En la ultima época de su vida, arrienda un miserable habitación en un hotel parisino de ínfima categoría. Los clientes que subían por las escaleras la encontraban sentada en los peldaños. Se detenía a tomar descanso para el alucinante viaje a su habitación en el tercer piso, que demoraba dos horas.
Ella los acosaba con preguntas. “¿Conocen a Pablo Neruda? ¿Piensan ustedes que obtendrá el premio Nobel este año?”. Luego les pedía averiguar si Samuel Beckett estaba en la ciudad.
El 16 de marzo de 1965, la que fuera imagen rebelde de entre guerras, expiraba en el hospital cochin de Paris.
Moría solitaria en la cámara de oxigeno del hospital parisino. El “Evening Standard” dio el adiós doloroso a la reina de los años veinte, la figura excéntrica de los años locos.
Alrededor de su figura flotan las melodías de esa época única en el siglo XX. Los blues y spirituals afro americanos, el jazz, las baladas de la España republicana y los himnos inmortales de la poesía francesa moderna.
Una extraordinaria mujer que se estrello contra lo mas odiado, su clase.
Y que a pesar de ello, realizo el paso por este mundo con soberbia y apego a sus principios, librando desafiante la lucha hasta la ultima batalla.

jueves, 6 de diciembre de 2007

El Paraíso perdido de Jorge Teillier


Progresamos ¿Por qué no retroceder? Jean Nicholas Arthur Rimbaud, 1873.

A finales de la década del sesenta, el rostro de la poesía en chile estaba de recambio. El parnaso chileno estaba poblado por las grandes glorias de nuestra poesía. Desde Isla negra, Neruda dominaba el ambiente y extendía su influencia en todas direcciones, dentro poco recibiría el Premio Nobel de Literatura y se convertiría en el poeta de los oprimidos y los sin voz en los duros años que estaban por venir.
Nicanor Parra, el poeta mas lúcido que ha habitado en estos parajes estaba pronto a recibir el reconocimiento del premio nacional por su transformación antipoética iniciada algunos años antes.
Pablo de Rokha se disparaba un tiro en la cabeza ese mismo año, el gran atormentado terminaba así una larga querella con sus compañeros poetas y con la vida.
En este escenario comenzaban a brillar con luces propias dos nuevos poetas, Jorge Teillier y Enrique Lihn, es en esta época donde comienzan a adquirir el prestigio y la calidad de mitos, los dos heridos por los tiempos que se avecinan, compartirán el mismo destino y el desprecio a pesar de ser reconocidamente autores de culto entre las nuevas generaciones. Teillier sobreviviría largos años a esta revolución y su recuerdo aún perdura, más bien, pervive entre nosotros.

En ocasiones paso por la Unión Chica, el bar de la calle Nueva York, en pleno centro de Santiago. Teillier decía que cada ciudad tenia su geografía oculta, desconocida para el común de sus habitantes y que solo podía ser apreciada por algunos pocos espíritus predispuestos a ese encuentro. La Unión Chica era de esos lugares en la década del 70, un sitio tranquilo y con un aire de novela de Dickens, que el poeta convirtió en uno de sus bares metafísicos, un refugio tranquilo y acogedor, donde el tiempo parece transcurrir lentamente y con esa atmósfera de otra época que lo convierte en un lugar especial y acogedor, uno de esos bares que tocados por la poesía se convierten de inmediato en parte del folclor urbano, en míticos.
Sentado en ese lugar, tomando una cerveza y con un cigarro en la mano, observe una vez más el retrato del poeta, la sencilla fotografía que cuelga en un rincón a la entrada del bar. Me gusta mirar esa fotografía, me gusta pensar que el actual dueño del bar, y los conocidos del poeta, tuvieron el buen gusto de entender de que se trataba todo.
Ahí radica el encanto de la antigua Unión Chica, la sobriedad de esa sencilla fotografía en un lugar apartado, lejos de los cuadros de perros jugando pool y partidas de naipes que constituyen el decorado del lugar, se convierte en el homenaje mas sentimental a su parroquiano más famoso. Es inevitable pensar en Teillier cuando se esta ahí.
Supongo que el bar se mantiene tal como era que en los años 70, existe una fotografía del poeta celebrando un cumpleaños, y ahí están las mismas mesas, la misma barra, los mismos viejos, los menús escritos con tiza mojada en las ventanas, y las caprichosas figuras en el enrejado.
En este ambiente, a pasos de la moneda, comienzo a imaginar los días previos a las elecciones de septiembre de 1970, que llevarían al candidato Salvador Allende a media cuadra de donde estoy sentado, y que protagonizaría los mil días mas agitados de nuestro siglo.
Teillier había abandonado el pueblo de Lautaro, y había desembarcado en santiago varios años atrás trayendo la neblina y el sonido de los trenes nocturnos en su maleta para convertirse en profesor de historia de la Universidad de Chile.
Por esa época Jorge Teillier publicaba regularmente unas crónicas en la revista “Plan”, bajo el nombre de “El agua bajo los puentes”, titulo bastante premonitorio, ya todos sabemos cuanta agua y sangre corrió bajo esos mismos puentes unos años mas tarde, pero queda este testimonio de días mas inocentes.
Estas crónicas urbanas no disimulaban las simpatías del poeta por el proceso que se estaba viviendo, incluso declaraba no suicidarse hasta pasado el 4 de septiembre, día de la elección. Hijo de un viejo comunista, creía firmemente en el triunfo, en la revolución democrática que estaba a las puertas, contagiándose como todo el mundo, dejándose llevar por la euforia de esos días y con el pensamiento puesto especialmente sobre su viejo padre, un antiguo dirigente que había estado en la trinchera social desde los primeros años. Su poema “Ratrato de mi Padre, militante comunista”, destila toda la admiración y el sentimiento por el padre.
Pero las crónicas aparecidas en los diferentes diarios no solo retrataban la agitación política, Teillier nos sumerge en la vida cotidiana del Santiago pre UP, nos describe una mañana cualquiera al interior de la Biblioteca Nacional, o un domingo en la Quinta Normal o el Cerro San Cristóbal, denuncia (35 años atrás) el efecto idiotízante de la televisión, que por esos años estaba en pañales. Se queja amargamente de la perdida del rito de la conversación, relegada a un segundo plano por la televisión y el fútbol. Medita sobre el alcoholismo social, y sobre su propia afición a la bebida, mientras pasea por el corazón de la ciudad camino al bar mas cercano.
El poeta ya había publicado seis libros, entre ellos el maravilloso debut en las letras con “Para Ángeles y Gorriones” en 1956, y las “Crónicas del Forastero” en 1968, y era uno de los más prestigioso poetas afines a la candidatura de Salvador Allende.
Alimentado por la cultura popular, formado en las conversaciones de bar y en los Salones de la Universidad, con poetas desdentados y jóvenes aspirantes a escritores, Teillier se mueve desde lo popular, hasta las mas refinada poesía.
El poeta nos pasea por la literatura provisto de una lámpara y nos indica un camino. Asombra con su profundo conocimiento de la literatura y la poesía de todos los tiempos, parece conocer a cada autor, por sus textos desfilan desde Allen Ginsberg, al que entrevista una mañana en un hotel de Santiago, hasta Francois Villon, en un París nocturno plagado de lobos. Desde Nicanor Parra, en un restauran de Ñuñoa, hasta Truman Capote en las praderas de Kansas.
El prólogo a una traducción de Sergei Esenin, “el último poeta de la aldea” conmueve como solo Teillier sabía lograrlo, la narración de los últimos días de este joven poeta Ruso, y el escenario de invierno donde este se desarrolla son de una desolación brutal.
En el conocido relato del funeral de Baudelaire, el poeta logra transmitir en ese breve texto toda la admiración por el héroe trágico y enfermo, el albatros humillado por última vez, y que no adivina toda la gloria por venir.
Lo mismo ocurre con el relato del conocido episodio en Bélgica, entre el adolescente Arthur Rimbaud y el dionisiaco Paúl Verlaine, el célebre altercado es narrado con la fascinación del que lo descubre por primera vez.
Sus textos son una verdadera guía para los amantes de la literatura. Es ese mundo de la cultura y la calle, la mezcla entre poesía y pulso urbano lo que se convierte en un testimonio de la intensa vida cultural de nuestro país en esos instantes, algo que podríamos considerar el reverso del aclamado documental la “Batalla de Chile”, con el cual se complementan el documento audiovisual y el universo poético.
El poeta siente un particular interés por nuestros escritores. Especialmente por los locos anarquistas del primer tercio de siglo, Teillier redescubre a los que llamo los poetas olvidados, en un ejercicio de la memoria nos vuelve a narrar las vidas de los Verlaine, Baudelaire y Rimbaud chilenos, reencarnados en el mítico cadáver Valdivia, en el trágico Joaquín Cifuentes, el adolescente Romeo Murga, el excesivo Alberto Rojas Jiménez y varios más, que desfilan en sus escritos mostrándonos sus miserables vidas, en donde la poesía se muestra ferozmente honesta y humana, y al mismo tiempo redentora. La admiración de Teillier es la de un amante nuestras raíces que rescata con su arte a estos poetas inmortales de la literatura chilena, dotándolos de trascendencia, y convirtiéndolos de paso en referente obligado para los nuevas generaciones de poetas.

Las respuestas al universo de Teillier hay que buscarlas en el propio poeta, en su poesía y especialmente en su labor de cronista, en la claridad que volcaba como critico literario, en sus lecturas, tan diversas pero unidas por un fino hilo conductor.
Teillier no desprecia ningún genero, se refiere con respeto a los antiguos folletinistas, esos escritores considerados de cuarta categoría, y que sin embargo todos hemos leído, deleitándonos con esas historias amenas y bien narradas. Los libros de viajeros del siglo XVII son su deleite, con ese instinto que le otorga su calidad de profesor de historia, sabe perfectamente cuales son los textos dignos de la memoria, los verdaderamente útiles para el imaginario chileno, los imperdibles de nuestras letras.
En un país que desconoce su historia, casi despreciada y escasamente entendida, la poesía de Teillier se nutre de ella y nos enseña a ver lo que tenemos frente a nosotros, pero jamás prestamos atención.
Por otra parte, el pensamiento de Jorge Teillier se opone, incluso repudia el mundo racional, mecanizado, carente del verdadero sentido que parece ser la aspiración de la mayoría de las gentes que solo persiguen pequeñas metas, el confort, la comodidad, un televisor y un auto son expulsados del imaginario del poeta.
Jorge Teillier vuelca sus sentidos y nos entrega un mundo donde la búsqueda de la felicidad, realizado en la vuelta a la infancia, la edad dorada por la que todos pasamos, y que de alguna forma queremos recuperar, se convierten para el poeta en una suerte de sello personal, único e inconfundible. La clave de su escritura esta provista de estos elementos y de un profundo sentido de arraigo, un ancestral sentimiento de pertenencia lo distancia de su generación. El creador e ideólogo de esta generación fue Enrique Lafourcade, y es también el mejor ejemplo de la pequeña burguesía citadina, deseosa de abandonar el país y encontrar éxito y el anhelado aire cosmopolita que quisieran exudar en sus libros. La generación del 50 se caracterizo por esta meta, y es irónico pensar que el más recordado poeta entre estos escritores fuera también el único que se alejo de su preceptos y cuya poesía sigue tan viva y acrecentándose frente a las nuevas generaciones.
Teillier manifiesta en cada uno de sus textos, con una carga imaginativa poderosa y vital, el deseo del retorno a la infancia, como una forma de ordenar el mundo que le ha tocado vivir. No es extraño encontrar entre sus textos los ingredientes tan particulares, esos guiños a lo popular, a lo que podríamos denominar “lo chileno”.
El poeta además tiene una profunda claridad sobre su oficio y la dignidad que este conlleva. Jorge Teillier comprende y lucha por su arte, y se manifiesta a favor de sus colegas, sumidos por lo general en interminables querellas literarias, peleas banales que no conducen a nada y en donde muchos caen desangrados, vencidos.
Azota en el piso a los chupasangres de siempre, detesta las antologías, que el denomina “antolojías” por lo caprichoso de las selecciones, creadas por el hambre de los sin talento, esos bichos que se arrastran entre los verdaderos poetas para vivir su minuto de gloria a costa del genio que le has sido negado.
En cada una de sus acciones el poeta parece escoger la trinchera correcta, siempre se mantuvo al lado de los sencillos, de los humildes. Como todos los grandes, se marginó de los odiosos cenáculos literarios, de esos escritores “fatuos como un cisne de fieltro”.
Durante la dictadura se refugió en un pueblito cercano a Santiago, una propiedad llamada el “Molino del Ingenio”, que combinaba con visitas cada vez mas cortas a la capital, donde se refugiaba junto a los amigos que quedaban en esta mítica Unión Chica, donde lo recuerdo hoy.
La muerte visitó al poeta en “El Molino del Ingenio” en 1996.