martes, 25 de noviembre de 2008

El desorejado que descubrió Chile


En el invierno de 1535, una hueste de hombres hoscos y rudos cruzaba el desierto de Atacama y se disponía a descender a los valles mas fértiles de Copiapó.
El adelantado capitán Diego de Almagro se internaba en uno de los parajes mas infernales del planeta, arrastrando a los duros conquistadores tras su marcha, desatando una crueldad brutal en los pobres indios que los ayudaban con el transporte.
Los violentos soldados iniciaron crueles tratamientos entre la población indígena del valle, al no obtener noticias de oro o riquezas, una noche trágica quemaron vivos a 23 infelices indios.
La conquista española trajo al nuevo mundo dos tipos de hombres: los hidalgos (hijos de algo), descendientes de españoles con cierto linaje, muy bajo, los otros eran analfabetos y delincuentes, aventureros del bajo pueblo, a este grupo pertenecía el capitán Almagro y su mesnada.
Pronto se corrió la voz de que los extraños centauros de piel blanca, portaban bajo las corazas de acero una barbarie nunca antes vista, y las cumbres de los cerros se encendieron con hogueras de aviso entre las distintas poblaciones indígenas.
Entre estas muestras de hostilidad la columna de españoles avanzaba, como fantasmas entre los resplandores siniestros de las llamas.
Almagro era bajo y grueso, feo como el diablo, pero de un genio alegre y generoso, suplía su falta de educación con una especie de ingenua fe en su destino.
Había conseguido del gobernador Pizarro la autorización para descubrir los territorios al sur del Cuzco, sin saber que caía en una trampa, había alcanzado la gloria junto a Pizarro al destronar a Atahualpa, y este lo enviaba al infierno, sin pasaje de vuelta.
Almagro ordeno proseguir la marcha hasta la provincia de “Chili”, descendieron al valle de Aconcagua, los expedicionarios cruzaron el valle de la Lúa (Ligua) y llegaron hasta el centro de Quillota, aquí encontraron la sorpresa mas grande de su épico viaje.
Michimalongo, el señor de estas tierras, lo esperaba con grandes agasajos, el desconcierto de los duros conquistadores fue mayúsculo. Entre los caciques y las hordas de indios pudieron ver a un extraño personaje, un hombre blanco que se ocultaba tímidamente entre los autóctonos habitantes.
Era un español sin orejas, calvo como un melón, que vestía como los demás indígenas.
Él había organizado el recibimiento con bailes y chicha de maíz y había preparado la cordial bienvenida que los habitantes del valle mostraban en ese momento .
Fue así como Almagro pudo penetrar en el valle sin señales de hostilidad.
¿Pero quien era este hombre?
Era el tercero de cuatro hermanos que habían luchado junto a Pizarro en Perú, se llamaba Pedro Calvo, pero había cambiado su nombre al de Gonzalo Barrientos. Descubierto en un robo tras la derrota de Atahualpa, Pizarro ordeno que le cortaran las orejas como escarmiento para los feroces conquistadores.
Dominado por la vergüenza, el desorejado encontró generoso amparo en Atahualpa, que lo ayudo a escapar al sur, otorgándole una especia de salvoconducto.
Pedro Calvo llegó de esta manera hasta los valles de Aconcagua, y se adaptó a la manera de vivir de los indios.
Se ganó el aprecio de Michimalongo ayudándolo en algunas batallas y lo convenció de prestar ayuda a los conquistadores, pero también advirtió a estos de la inexistencia de oro y riquezas, la desolación de Almagro fue indescriptible, había gastado su fortuna y la de su hijo en esa empresa inútil, frustrado decidió volver a Perú, en este ultimo viaje lo acompaño Calvo, guiándolos por caminos menos duros.
El extraño desorejado perdió la vida en una de las revueltas en Perú, a las ordenes de Almagro, así termino la vida del verdadero descubridor de Chile, el desorejado Pedro Calvo o Gonzalo Barrientos.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Genio y figura







Yo soy como el fracaso total del mundo, ¡oh, Pueblos!
El canto frente a frente al mismo Satanás,
dialoga con la ciencia tremenda de los muertos,
y mi dolor chorrea de sangre la ciudad.
Aún mis días son restos de enormes muebles viejos,
anoche «Dios» llevaba entre mundos que van
así, mi niña, solos, y tú dices: «te quiero»
cuando hablas con «tu» Pablo, sin oírle jamás.
El hombre y la mujer tienen olor a tumba,
El cuerpo se me cae sobre la tierra bruta
Lo mismo que el ataúd rojo del infeliz.
Enemigo total, aúllo por los barrios,
un espanto más bárbaro, más bárbaro, más bárbaro
que el hipo de cien perros botados a morir.

Pablo de Rokha

lunes, 3 de noviembre de 2008

Esperando tu email



Abrir mi correo
en el computador
esperando encontrar
un email tuyo
y no encontrarlo
abrirlo cada día
cada hora
cada minuto
y no encontrarlo
y tener miedo
de mirar mi correo
y pasar los ojos
por cada mensaje
buscando el tuyo
y no encontrarlo
y estar a punto
de romper la pantalla
de un puñetazo
y no encontrarlo
pero abrirlo de nuevo
y de repente
ver tu nombre
y leer el texto
aguantando apenas
la respiración
y llegar temblando
a la última línea
a la última palabra
y no querer respirar
nunca más en la vida
y querer caer muerto
encima del teclado

Oscar Hahn

Los "Puetas"

Concluida la batalla de Chorrillos, los soldados de la retaguardia recorrían la desolación del campo de batalla sembrado de cadáveres en busca de heridos, sepultando a ras de arena a los cientos de muertos, en un espectáculo dantesco bañado por la luz del crepúsculo. En la guerrera de un soldado se encontró una carta, en el pintoresco lenguaje de los rotos de ese siglo, el soldado Silvestre Pérez relata a su madre como llegó a la guerra, y lo que aconteció antes de eso, desde su llegada a la estación de trenes en Santiago el mismo día en que Chile declaraba la guerra a Perú y Bolivia. Este es el relato de la extraordinaria carta.

Pérez cuenta que apenas llegado del mineral de caracoles se encontró en la estación de trenes de Santiago con un extravagante personaje, vestido por completo de negro, con una levita ajustada en las caderas y unos pantalones muy anchos, moreno y con una larga cabellera sucia, con unos bigotes de largas guías que caían como columpios y un sombrero de alas anchas color pizarra. Se llamaba Bernardino Guajardo.
El extraño le explicó a Pérez que en la ciudad solo existían dos lugares donde un minero podía divertirse, la “fonda popular” en La calle de San Diego con el camino de Cintura (Av. Matta) y la famosa fonda “el arenal” de la Peta Basaure, lugar donde se reunían los “puetas” de esta tierra y se apostaba a las peleas de gallos, esto pareció decidir al minero y se encaminaron hasta la calle ancha de “Maruri”, al otro lado del Mapocho.
Pérez describe el lugar como una casona de adobe y tejas, muy grande, con dos patios interiores y un ancho portón donde fumaban tres melenudos vestidos como su nuevo amigo, sostenían unos enormes pliegos en las manos y discutían acaloradamente.
Guajardo se los señalo y le explico que eran sus compañeros, los mentados puetas: el ciego Hipólito Casas Cordero, el gran Nicasio García y el extraño Chago Moore.
Desde el comienzo sintió el minero la mirada taladrante del Gran Nicasio, y como este lo seguía con la vista a través de los patios, desde el reñidero de gallos hasta el la fonda, donde se instaló en una mesa con Guajardo.
Bernardino se disculpó con el minero y se metió en una alejada habitación con los otros melenudos, en eso apareció una morena cuarentona y sabrosa, contorneando su grueso y firme cuerpo, de anchas caderas y unos labios de intenso rojo, verla y enamorarse fue todo uno para el minero, era la famosa Peta Basaure, la dueña del arenal.
Al poco tiempo volvieron los “puetas”, tan agitados como antes, Bernardino Guajardo interrumpió la música y entregó los pliegos a los parroquianos, tenían unos extraños dibujos en la parte superior y abajo unos versos llenos de patriotismo que llamaban a enrolarse y defender la patria amenazada, la guerra había sido declarada, era el día 5 de abril de 1879. En la fonda se elevó un murmullo inquieto, y los rudos hombres del lugar lanzaron un espontáneo ¡viva Chile!
La Peta aquietó los ánimos y ordeno a los músicos que tocaran unas cuecas, ofreció vino por cuenta de la casa, el ambiente estaba cargado de pesadumbre y eso no iba con el carácter de la valiente mujer.
Pérez comprendió la intención de la Peta y con un guiño picaresco la saco a bailar, sintiendo la mirada del gran Nicasio clavada como un puñal en la espalda.
Nicasio tomó una guitarra y lanzó unos versos cargados de ironía, burlándose de Pérez que aún llevaba el “culero” de cuero de lo mineros.
Pérez no se amilanó y respondió con unas payas en honor a la estrafalaria figura del “pueta”, que desataron las risas de los parroquianos, y más aún las de la peta que se elevaron estridentes sobre las demás voces.
El minero continúa relatando como los ánimos se caldearon a tal punto, que de las payas pasaron a las ofensas, la peta Basaure se plantó al medio del salón y les ordenó que conservaran la calma, con una mirada de entendimiento, los dos hombres pasaron al reñidero de gallos, decididos a disputarse la morena a cuchilladas.
¿Que decir?, el minero estaba acostumbrado a ese tipo de peleas, se amarraron los pies con la faja del Silvestre Pérez y este sacó a relucir el enorme corvo que se utiliza en la faenas mineras, en menos de cinco minutos el pueta García estaba tendido cuan largo era en la arena y los gritos de espanto alertaron a la Peta y a la policía al mismo tiempo.
Pérez fue arrestado en el mismo momento, la Peta Basaure con lagrimas en los ojos se enfrento a los guardias, con frases llenas de pasión defendió al minero, el pueta había muerto en una pelea justa, el que podría estar abatido en la cancha de gallos podría ser el mismo minero. Ella se había enamorado también del valiente y audaz Silvestre Pérez, y aceptaba su destino como mujer decidida que era. ¿Como en esos momentos en que la patria corría peligro, iban a privarla de unos brazos fuertes que la defendieran?, ella tomaría al minero y se enrolarían para ir a la guerra, con la promesa de defender la patria hasta la última gota de sangre, era tanta la elocuencia de sus palabras, que los guardias aceptaron sus firmes argumentos.
En ese instante un destacamento de enrolamiento recorría la calle Maruri, un soldado redoblaba un pequeño tambor, mientras otro leía la declaración de guerra y llamaba a los valientes al enganche.
La Peta dejo “el arenal” en manos del ciego Casas Cordero, y tomando de la mano al minero corrieron en dirección al grupo de soldados, prometiendo no volver hasta que la patria estuviera a salvo.
Así concluye la carta donde el minero revelaba a su madre su nuevo amor y los motivos que lo llevaron a la guerra, Silvestre murió en Chorrillos y la gran Peta Basaure se dejo morir curando un herido bajo una granizada de balas en la batalla de Miraflores, a las puertas de la victoria final, la entrada en lima.