miércoles, 23 de abril de 2008

Un amor trágico en París, vida de Modigliani

El 25 de enero de 1920, una mujer en su último mes de embarazo, una joven y bella mujer, se lanza al vacío desde la habitación que ocupaba junto a sus padres en Paris.
Jean Hebuteme decide terminar de esta manera con su vida, luego de enterarse que su amante y el padre de la criatura que llevaba en el vientre, había muerto el día anterior, aquejado por la tuberculosis.
Amedeo Modigliani había ingresado a la inmortalidad, sin adivinar el triste fin de su amada Jean. En la más absoluta miseria, el cronista de los barrios de Montmartre y Montparnasse se despedía para siempre. Jamás se enteraría de que su obra estaría entre las más cotizadas en el arte del siglo XX, y que su nombre quedaría inscrito para siempre como uno de los grandes maestros de la modernidad clásica. La leyenda trágica del gran solitario comenzaba

En los primeros años del siglo XX, París era la capital del mundo, la ciudad exhibía orgullosa sus bulevares diseñados por el brillante arquitecto Haussman. Iluminada por 10.000 faroles y más de medio millón de bombillas, la reciente energía eléctrica convertía a París en la ciudad Luz. En 1900, sus habitantes inauguraban la Feria Mundial, irradiando conocimiento sobre el planeta.
Antes de la guerra, París era el lugar de encuentro de personalidades fascinantes de diferente procedencia. Los barrios pobres de Montmartre y Montparnasse se convirtieron en una colmena donde habitaban literatos, músicos y pintores venidos desde todo el mundo. Pronto estos barrios que habían sido inmortalizados por Toulouse Lautrec volvieron a renacer de la mano de artistas como Picasso, Juan Gris, Chagall y varios otros que dieron nueva vida a los cafés y teatros de estos barrios bohemios, llenando el ambiente de intelectualidad.
En este escenario se gestaba la segunda etapa de la modernidad. Los tres postimpresionistas fundadores de la época moderna: Van Gogh, Paúl Gauguin y Cezanne, habían muerto hacia poco.
El estado francés adquiere ese año la obra “El almuerzo sobre la hierba” de Edouard Manet, que había sido acusada el año 1863 de escandalosamente moderna. El ambiente estaba preparado para las nuevas tendencias, la modernidad se respiraba en cada esquina.
Este es el escenario al cual llega el pintor italiano Amedeo Modigliani en 1906.
Modigliani había nacido en el seno de una familia acomodada en Liorna, en la provincia de Toscana, el 12 de julio de 1884.
Su madre era una amante de la literatura y hacía traducciones de los poemas de D´annunzio. Criado en un hogar culto, el pequeño Amedeo se mueve entre los libros y el arte.
A los 14 años enferma de tifus y decide en ese instante convertirse en un artista.
Se matricula en la escuela de arte de Liorna, y desde ese momento no escatima salud ni enfermedad para lograr su obra. Su formación transcurre entre joyas del arte, recorre Italia absorbiendo toda la belleza y genialidad de los pintores italianos.
En Venecia se inscribe en la “Scuola libera di nudo”, en Florencia y en Roma el joven artista se empapa de belleza y estudia el arte de su país natal.
Esta es la base de su estética, sin realizar trabajos propios durante esta época, se limita a admirar las formas llenas de belleza y armonía del periodo clásico. Lo que ve, se convertirá en modernismo clásico, una versión elegante y estilizada unida a las nuevas tendencias, conformaran su sello personal.
Picasso inauguraba el cubismo, con las Desmoiselles d´ avignon.
La vanguardia comienza con esta pintura, y pronto Picasso será seguido por otros artistas.
Modigliani instalado ya en París, se dedica a pintar retratos de sus conocidos mientras deambula por los bares y cafés de Montparnasse, convirtirtiendose en una figura popular y querida.
El antiguo arte del retrato estaba en retirada, debido en parte a la evolución de la fotografía, por lo que la pintura perdió algo de su función representativa. Amedeo será el único autor de la modernidad clásica que retoma esta antigua disciplina, convirtiéndose en un cronista certero del París anterior a la guerra.
La función de un retrato es revivir a una persona, a condición de un cierto parecido. El artista se funde con el retratado, alimentándose mutuamente. Modigliani a través de los años llegará a desarrollar un fino sentido estético en este arte, que serán su sello personal. Los ojos almendrados, en ocasiones asimétricos, pero que sin embargo no dejan duda sobre el estado de animo del representado, la elegante estilización de los rostros, la grafía pictórica aprendida de los maestros renacentistas. Modigliani coloca el nombre de los representados en una esquina del cuadro, con particulares letras desiguales, poniendo con este sencillo acto distancia entre el retratado y el artista.
Modigliani les vacía un ojo, les alarga el cuello, los deforma con elegancia, deja en evidencia la asimetría de los modelos, y aun así son perfectamente reconocibles. Así los ve, así los pinta, embelleciendo sus defectos, estilizándolos. Con el tiempo privilegiara la fisonomía por sobre el carácter de los retratados.
Pero finalmente todo cambia, estalla la guerra y la sucesión de tragedias cambia la vida de todos en París. Enrolamientos, emigración, huida. Modigliani se queda en París, se supone que fue rechazado en las filas, debido a sus pies planos, y vuelve a retomar el óleo, que había abandonado durante un tiempo, dedicado a al escultura.
Es durante los primeros años de la guerra que su fama de gran solitario se acrecienta.
Podemos imaginar al pintor, en un París vacío, bebiendo y pintando todo el día. Existe una seción de fotografías en la que el pintor aparece paseando junto a un grupo de artistas en la rotondé de Montparnasse, en plena guerra.
Beatrice Hasting, una periodista londinense especializada en arte, describe su encuentro con un Modigliani sucio y feroz, un bohemio fatalista, pero que unos días mas tarde vuelve a encontrar, esta vez afeitado e irresistible, un cerdo y una perla dirá la escritora más tarde. Seducida por el pintor, vivirá con él un tormentoso romance.
A pesar del alto grado de estilización, Modigliani no es aceptado entre los artistas de primera línea, y sin embargo, todos le conocen y se dejan retratar por el.
Gracias a Max Jacob conoce al marchante en arte Paul Guillaume, que posee una galería en donde exponen artistas rusos. Guillaume se convertirá en su mecenas más importante, a pesar de lo cual nunca le organizó exposiciones individuales. Pero le compra y vende sus cuadros, dando su apoyo decidido al artista. Luego conocerá a Leopold Zborowski, quien será su más grande admirador y se convertirá en su mejor amigo, hasta el final. Se dice que era Leopold quien le contrataba las modelos y le compraba el óleo necesario, como un gesto de ayuda altruista.
En diciembre de 1917, Modigliani tuvo la única exposición individual de su vida, realizada en la galería de Berthe Weill, amiga de Zborowski. Allí expuso sus ahora famosos desnudos, mujeres levemente ensoñadoras, con los ojos entornados, reposando gráciles en amplios divanes.
La leyenda cuenta que Modi (así le llamaban sus amigos) no solo se limitaba a su papel de retratista, sino que terminaba con sus modelos en el mismo lecho donde las pintaba, historias como esta elevaron al pintor a la categoría de mito desgraciado, sus relaciones turbulentas, el uso de drogas y su alcoholismo lo convirtieron en un icono del artista mujeriego y lleno de excesos, una cualidad de los espíritus altamente apasionados.
Estos detalles parecen contradecirse con su obra, un trabajo elegante y una obra dedicada y comedida, en contraste con su vida desenfrenada.
Sus desnudos alcanzaron la mayor estilización en su obra, fruto de una mirada educada en la historia del arte, que venia desarrollando desde sus escapadas por Italia durante su juventud.
Sus desnudos son un ejemplo de sobriedad y atención sobre la forma, los frágiles cuerpos de color anaranjado, dibujados cuidadosamente, formando el contraste con la sobriedad del fondo, el espacio en que reposan es de una tranquila sencillez, apenas una sabana, a veces un gran cojín son todo el decorado de sus pinturas, que impiden distracciones y nos obligan a concentrarnos sobre esas delicadas mujeres.
Estas mujeres se proyectan al espectador con los ojos muy abiertos y en ocasiones entornados, reflejando una sutil lujuria.
Modigliani nos muestra su mundo interior, mientras el real se desgarra en una terrible guerra, el nos muestra esos delicados cuerpos descansando ensoñadores y relajados, ajenos a la carnicería que se vive en las trincheras. Son un duro contraste frente a los miles de heridos y mutilados que llegan cada día desde el frente, es su forma de enfrentar la barbarie diaria, y su propia destrucción. Su salud ya en ese tiempo no anda del todo bien y el la enfrenta a esos cuerpos sanos e ilesos.
Dedicó todo el año 1917 a pintar estas obras, y solo volvería al tema en forma esporádica.
Durante 1918, París sufre el cuarto año de guerra, la población es evacuada y se restringen los suministros. Todo el mundo abandona la ciudad, también el pintor, acompañado del matrimonio Zborowski y de una joven estudiante de arte, Jean Hèbuterne, una joven de exótica belleza. Quienes la recuerdan la describen así: Suave, callada y frágil, un poco depresiva.
Obligado a una estancia en la Costa Azul, Modigliani pinta ahí sus obras más populares y cotizadas. Son retratos de gente anónima, campesinos, mujeres de mundo y criadas delgadas, y por supuesto a su nueva musa. Jean es retratada durante este periodo unas 25 veces, en una etapa que abarca los dos últimos años del pintor.
La forma de pintar en este tranquilo retiro se transforma, el particular colorido, otro de los sellos inconfundibles en la obra de Modigliani, se hace más claro y luminoso.
Durante su estancia en Niza, Jean da a luz a la pequeña Jeanne, quien más tarde se convertirá en la más destacada biógrafa de su padre.
El artista que dedico su vida a representar a otros, solo se retrato en una ocasión, en 1919. Se le puede ver mirando al espectador, con la mirada entornada y vaga, vestido con una chaqueta de paño café y un gran pañuelo alrededor del cuello, y en su mano derecha la paleta con los colores que caracterizaron sus últimos años, una paleta de alegres colores que sin embargo no eran los de su estado de animo.
Se ha dicho que fue el gran pintor del dolor, pero lo cierto es que Modigliani vivió en consecuencia, una vida desenfrenada y libre, llena de pasiones y amores, pero sobre todo, dejando tras de si una obra inmortal y maravillosa.
El 24 de enero de 1920 muere en la Charité de París, a consecuencia de la tuberculosis, su cuerpo descansa en el celebre cementerio de Père Lachaise, junto a su amada Jean.

domingo, 13 de abril de 2008

Romeo Murga, el poeta adolescente

El joven que aparece junto a Neruda en la sórdida pieza que vemos en la fotografía, es Romeo Murga, el poeta adolescente.
Esa miserable habitación representa el mundo de los poetas de la generación literaria de 1920, ahí están dos de aquellos jóvenes poetas de ese tiempo, las dos caras de una época única en la poesía chilena. Neruda, la cumbre de esos escritores y Romeo Murga, el poeta arrebatado por la muerte demasiado temprano.
Al ver esta imagen, que nos parece tan lejana, no podemos dejar de preguntarnos si esa miserable pieza es la de Maruri, la pensión de pobre inmortalizada en Crepusculario, “la del maravilloso crepúsculo de cobre”, o quizás la paupérrima habitación de García Reyes, cercana a la escuela de pedagogía en Cumming esquina Alameda.
Romeo Murga nace en 1904, en Copiapó. En 1920 realiza el viaje bautismal de los adolescentes provincianos a santiago. Viene a convertirse en maestro y se inscribe en la escuela de pedagogía, lugar en que se estaba gestando la generación de recambio en la poesía de nuestro país. Ahí conoce a los espíritus cercanos, los inolvidables amigos y compañeros junto a los cuales dejaría una huella imborrable en la historia literaria de Chile: Pablo Neruda, Armando Ulloa, Rubén Azocar, Eusebio Ibar, Víctor Barbieris, Yolando Pino Saavedra y varios mas.
Pronto se revela dueño de una sensibilidad poética singular y fina, Sus versos contenidos y dignos, su poesía solemne y medida, eran el reflejo de su propia melancolía. “Alto, excesivamente delgado, de rostro moreno, pálido y de ojos verdes. Hablaba poco, reposadamente, preocupado de algo que no era de este mundo” así lo describe el escritor Gonzáles Vera. Pero todo contrastaba con la desbordante pasión que sugería veladamente en su poesía, la lucha entre sensualidad y castidad, una característica del poeta Paúl Verlaine, y que Murga tomaba adaptándola a su obra. Era ligeramente triste, callado y melancólico, imagen que corresponde, convencionalmente por cierto, a lo que debía ser un poeta.
Eran los años de algarabía estudiantil, de huelgas y discusiones políticas, de la mítica revista “Claridad”, fundada por el también legendario Alberto Rojas Jiménez. Igualmente era el tiempo en que la bohemia se vivía cada día y cada noche en el “Zum Rheim”, en el “Hércules”, en la “Ñata Inés”, y en muchos bares y tabernas que ya entraron en la historia literaria de chile y que son parte importante para comprender el modo en que inventaron una generación marcada por la amistad y la muerte, ligada íntimamente a la noche y los excesos.
Muy pronto Romeo Murga comienza a escribir en las revistas de la época, particularmente en “Claridad”, donde participaban la mayoría de sus amigos. Traducciones, critica, poesía. Por las noches bohemia y fraternidad, junto a esa generación consumida por las pensiones y dilapidada en los bares. Pero algunos poetas llevan estampada en la frente la palabra mala suerte, con caracteres invisibles, y varios de ellos fueron silenciados por el alcohol y la miseria.
“amar, leer, escribir” estas eran las palabras con que suplían sus escasos y frágiles momentos de alegría, sabiendo que no podían pedir mas, solo entregar su profunda sensibilidad.
“mis alegrías nunca las sabrás hermanita, y mi dolor es ese, no te las puedo dar: vinieron como pájaros a posarse en mi vida, una palabra dura las haría volar” escribe Neruda en ese tiempo.
En 1923 Romeo Murga obtien el primer premio en la fiesta de la primavera, por su “Poema de fiesta”. Un triunfo en sus últimos años de estudiante y en el comienzo de su labor como profesor en el liceo de Quillota, su vuelta a la provincia.
El profesor adolescente enferma de tuberculosis (enfermedad que se había convertido en el flagelo clásico de los poetas) mientras cumple su labor en Quillota.
Obligado por el padecimiento debe abandonar el puesto y busca mejores aires en el apacible pueblito de San Bernardo. Se instala junto a su madre y hermana, que le demuestran verdadera devoción y lo cuidan con esmero.
San Bernardo a esas alturas tiene una innegable connotación literaria, unos años antes de la llegada de Murga, se había instalado una colonia “Tolstoiana”, liderada por Manuel Magallanes Moure. También el maestro del cuento social, Baldomero Lillo, había llegado a morir entre su gente
“Mi madre esta diciendo que me muero de fiebre / no es verdad, hoy he viajado por ciudades remotas / quizás dentro de poco mi espíritu se quiebre / por este mar donde llevo mis alas rotas” así escribe el poeta durante su convalecencia.
Estremece oírlo hablar así en su enfermedad, en sus ultimas fuerzas recuerda al “albatros” de Baudelaire, espejo de los poetas que quieren abandonar un mundo donde no tienen cabida.
El poeta adolescente esta muriendo, y su poesía sigue siendo el mismo canto esencial que revolucionaron la poesía moderna, los temas eternos: el amor, los celos, la muerte. que tomara de la inspiración de Rimbaud y Baudelaire.
La hermana relata sus últimos momentos, nos cuenta que esperó tranquilo el fin, dictó sus últimos versos y aceptó una muerte que no ambicionaba, pero que finalmente vendría a poner fin a sus desgracia. Una muerte digna de un poeta, de un ser que apareció silencioso entre su generación, iluminando por un breve instante con la lámpara de sus versos la vida de aquellos jóvenes marcados por el infortunio y el desconsuelo.
Romeo Murga aun no cumplía los 21 años cuando se extinguió su canto, el 22 de mayo de 1925, una tibia tarde de otoño, la estación amada por el poeta adolescente.
El escritor Ángel Cruchaga lo recuerda y rinde un homenaje elegiaco, en uno de sus “poemas al pueblo de san bernardo”
“aquí vino a morir Romeo Murga, / pálido joven de cristal herido. / aquí oyó un horizonte / de pájaros creando la mañana/ y entre sus manos la canción caía/ como calida esencia derramada.”
21 años después de su muerte, su hermana Berta, depositaria de su obra, decide publicar su obra fundamental, “El canto en la sombra”. Por este libro podemos medir el alcance de la poesía de Romeo Murga, entrar en su mundo y ver el mundo desde su estetica, palpar el clima de esos años con la melancolía de un poeta adolescente, y sentir por única vez, como fueron esos años de privaciones, donde se desarrolló la poesía mas cercana al ideal romántico en nuestro país.

“toda mi poesía, oh amada, no es mas que eso/ el vasto nombre ardiente de amor con que te llamo. / Estas en mis cantares, bella y eterna y sola. / mostrando tu divino modo de ser hermosa. / ¡las que se inclinen sobre mi río de canciones/ solo verán al fondo tu imagen temblorosa!"

Mi voz no es mas que el eco” de El canto en la sombra