viernes, 13 de junio de 2008

Vivir y morir en Yungay

En el año 1837 el mariscal Andrés Santa Cruz arrastró a los bolivianos a una aventura descabellada, reeditar el antiguo imperio Inca. Luego de las guerras emancipadoras, los caudillos locales ponían frecuentemente en peligro la frágil estabilidad social y política, tal es el caso de este pequeño mariscal mestizo que arruinó su carrera militar y a todo su pueblo con su desenfrenada megalomanía.
El ministro Diego Portales intuyendo los oscuros planes de Santa Cruz, se propuso frenarlo, pero la traición terminó con la vida del estadista en un oscuro cerro de Valparaíso.
Santa Cruz creyó que la muerte de su enemigo le allanaría el camino y aceleró los aprestos bélicos.
El gobierno de Chile recogiendo el sentimiento de Portales, envió una expedición para detener la recién formada Confederación Perú-Boliviana, y el presidente Joaquín Prieto colocó al mando de las tropas a su sobrino, el veterano general Manuel Bulnes Prieto que destacó en las últimas batallas por expulsar a los españoles de nuestro suelo.
La anarquía boliviana propició el triunfo de las fuerzas chilenas, y se sucedieron los triunfos en batallas como las de Matucana, Buin y Portada de Guías, que auguraron la pronta victoria.
El bravo general Bulnes decidió avanzar y aplastar de una vez al pequeño mariscal en los campos de Yungay, uno de los parajes mas hermosos de Perú.
El 20 de enero de 1839 las tropas chilenas formadas por 4.800 rotos venidos de los campos chilenos, sucios y harapientos pusieron en fuga al enemigo de la patria.
El victorioso general Bulnes entro en Lima acompañado de sus invencibles rotos, (no seria la primera vez que los chilenos marchen por la orgullosa ciudad virreinal) y pronto fueron embarcados y recibidos en Chile con los mas grandes honores que haya contemplado la reciente república.
Este triunfo es de vital importancia para comprender el alma chilena, después de esta campaña el ciudadano común, el campesino, el obrero, la mujer, alcanzaron a vislumbrar lo que era ser chileno, y las fiestas y celebraciones se multiplicaron.
Es en este punto donde nace el concepto de la chilenidad, tal como la entendemos hoy.
El gobierno firmó un decreto para crear una villa con el nombre de Yungay, que se extendería hacia el poniente, en los campos llamados “Llanito de Portales”, por pertenecer al señor Diego Portales Andia Irarrazabal, tío del organizador de la república, el severo Don Diego Portales y Palazuelos, rey de la chingana y la cueca.
Es la primera dilatación de la ciudad, en casi 350 años.
El antiguo camino a Valparaíso, ahora calle San Pablo, cruzaba esa zona, donde se encontraban cuatreros y bandidos que vendían sus productos en el lugar, por ser un camino bastante concurrido y animado.
Las calles originales del antiguo trazado de la capital se extendieron naturalmente hasta esa zona, y las principales: Catedral y Compañía llegaron hasta la antigua “Alameda de San Juan”, hoy la popular avenida Matucana.
En 1840 la pequeña villa bullía de actividad, muchos santiaguinos llegaron a vivir a esa zona cercana al centro y con la paz de una villa de provincia.
El barrio fue pensado y construido por los ingenieros Jacinto Cueto y Juan de la Cruz Sotomayor, que quedaron inmortalizados con el nombre de dos calles que cruzan la villa.
Para celebrar el triunfo en Yungay se inauguro una plaza que primitivamente se denominó “plaza Portales” en honor al extinto ministro.
El agradecimiento del pueblo y el entusiasmo popular pidieron prontamente un reconocimiento al soldado anónimo que luchó en los campos del Perú, pero esto no se llevó a cabo hasta los nuevos triunfos de la guerra del Pacífico, después de 1884.
El escultor Virginio Arias presentó la que sería la estatua elegida para adornar la plaza.
Se dice que el trabajador que está en posición de descanso, apoyando en el brazo derecho un fusil y la mano izquierda en la cadera, con una mirada altiva y arrogante, corresponde a la idealización del baqueano Justo Estay, el legendario guía que ayudó a cruzar la imponente cordillera de los andes al ejercito libertador de San martín.
Arias lo tenía guardado y aprovechó la ocasión de presentarlo al concurso.
La inscripción dice: “Chile agradecido a sus hijos por sus virtudes cívicas”
Inmediatamente el pueblo lo bautizó como “el roto chileno”, muestra del cariño por los gañanes y peones que lucharon calzados con hojotas en Perú, la plaza por añadidura pasó a denominarse “plaza del roto chileno”, nombre que causo furias entre los encopetados tribunos y más aún al escultor que se especializaba en Paris.
Cada 20 de enero se realiza la fiesta del roto chileno, la muestra más auténtica del reconocimiento a la esencia de nuestro pueblo, junto a las fondas de septiembre.
así se empezó a conformar esta singular villa, uno de los primeros visionarios en llegar al lugar fue el eminente sabio polaco Ignacio Domeyko, al que el país le debe demasiado. Aún se mantiene la casa que habitó el científico, en Cueto al llegar a Catedral.
También fue un habitante distinguido del barrio el futuro presidente de argentina, Don Domingo Faustino Sarmiento, célebre educador y fundador en 1884 de la escuela de Preceptores de Chile, y que con los años y los cambios aún se mantiene en Compañía esquina Chacabuco. Es en esta escuela donde la poetisa Gabriela Mistral rindió sus exámenes como maestra.
Sarmiento, perseguido por la dictadura de Rosas encontró asilo en Chile. Personaje complejo y contradictorio, con los años traicionaría al país que le dio protección y cobijo, en un lamentable incidente político.
El autor de los versos de la canción nacional, poeta de escaso genio, don Eusebio Lillo, también vivió en el barrio, en la esquina de las calles Chacabuco y Santo domingo.
Fue uno de los destacados políticos que ayudaron en las negociaciones de paz durante la Guerra del Pacífico, alejado de los versos, su vejez transcurrió tranquila y en paz dedicándose a recibir a los jóvenes que buscaban su sabiduría en su hermosa casona de Yungay.
Entre los escritores se cuentan también al angelical poeta Augusto D`halmar, miembro de esa cofradía de locos que se llamó “Los Diez”, mítica sociedad de intelectuales que iluminó los primeros años del siglo XX chileno.
El escritor Joaquín Edwards bello vivió en una sencilla casa de Santo Domingo esquina Cumming, un autentico genio entre nuestros escritores, dos veces galardonado con el premio nacional, el de literatura y periodismo. Notable cronista de un ingenio afilado, heredero de una de las familias más conservadoras de Chile, los Edwards.
Abjuró de todo eso y vivió como le dio la regalada gana, ridiculizando a su clase en los celebres libros “el inútil” y “el roto”. Vividor intransigente, jugador impenitente, genio imperecedero.
Terminó sus días atormentado por la enfermedad y descargó una bala en su cabeza una mañana de 1969, en la misma casa de Sto. Domingo.
El Poeta Julio Barrenechea vivió en Huérfanos esquina Maipú, miembro de la generación de 20, fué uno de los grandes amigos de Neruda y dejó un sabroso libro de recuerdos. “Frutos del país”, donde rememora los días de Bohemia y fraternidad de su juventud.
Son innumerables los intelectuales, políticos, artistas y militares que habitaron la sencilla villa de Yungay, y nombrarlos a todos resulta extenuante.
Innumerables son también las anécdotas que se han vivido en el barrio.
Célebre es el escape de la hermosa poeta Teresa Wills Montt desde el claustro de la “Preciosa Sangre” en Maturana esquina Compañía, donde estaba confinada por su familia. Socorrida por el extravagante poeta Vicente Huidobro, la “femme fatale” escapa hasta Buenos Aires con el autor de Altazor.
Historias de otra época mas romántica y decidida.
Don Cesar Rosseti poseía un almacén de abarrotes en Catedral esquina Libertad, hombre de vasta cultura, animaba las noches en amena tertulia en la trastienda del almacén. Al lugar acudían pobres y ricos, gente ilustrada y sencillos trabajadores. Nadie adivinaba al verlo tras el mostrador la amplia cultura que poseía, dominaba varios idiomas y era extremadamente sencillo y ameno, un gran conversador, ejemplo republicano y demócrata.
Al caer la noche comenzaban a llegar por una puerta trasera los contertulios, que generalmente profesaban las más distintas ideologías y religiones.
Después de la revolución de 1891, que derrocó y terminó con el suicidio del presidente Balmaceda, se encontraban ahí los mas enconados enemigos. Antiguos compañeros de armas en la Guerra del Pacífico, enfrentados después durante la revolución se encontraban en su humilde almacén.
Los generales Rafael Soto Aguilar y Diego Dublé Almeyda, auténticos héroes en la contienda de 1879 y fieles al desgraciado presidente Balmaceda se enfrentaban al Coronel Estanislao del Canto, traidor congresista que también había peleado en la campaña de la Sierra en Perú. El coronel Solo Zaldivar y el general Dublé Almeyda detestaban al traidor, sentimiento que era recíproco. Del Canto era amatonado y Dublé fino y elegante. A pesar de las diferencias irreconciliables, mientras duraba la tertulia se mantenían los limites de la buenas maneras.
Recuerdos de otra época, donde era posible contemplar escenas de este tipo y donde la caballerosidad era moneda común.
El apogeo del barrio duró hasta entrado el nuevo siglo, y pronto empezó su decadencia.
A mediados de los años treinta los vecinos mas encopetados emigraron a Nuñoa y Providencia, buscando alejarse de los limites del centro, ocultándose tras sus bienes y sus buena crianza, que creían corría peligro.
Es así como las aristocráticas mansiones comenzaron a ser abandonadas y se construyeron hermosos Cités que albergaron a la nueva clase media, Cités como el de Adriana Cousiño y la callecita Lucrecia Valdés albergaron a las nuevas generaciones, hermosas calles adoquinadas y con vestigios del antiguo trazado del tranvía urbano dejaron sus huellas y el barrio comenzó a renacer.
Universidades e Instituciones de Investigación encontraron en las abandonadas mansiones un nuevo aliento para Yungay.
El antiguo “callejón de Negrete”, ahora la hermosa avenida brasil, se llenó de vida y bohemia, con sus bares y restaurantes plenos de vida nocturna.
Los antiguos limites que iban desde este callejón hasta Matucana, y desde Alameda hasta la calle San Pablo se hicieron más precisos y ahora el barrio va desde Cumming hasta Matucana y desde Moneda hasta Rosas.
Resulta curioso ver que Yungay, nombre proveniente de una antigua región de Ancash en Perú, este siendo poblada por inmigrantes de esa nación, que han dado nuevos colores al barrio, en una especie de recuperación espiritual.
Yungay aún es un bello barrio, como dice Mauricio Redoles, otro de sus habitantes clásicos, donde uno puede pasear por sus amplias aceras y contemplar el brillo de un pasado esplendoroso, con sus casonas de estilo y sus singulares y bellas formas en las fachadas. El casco antiguo de la ciudad que renace y revive en sus nuevos habitantes, con rincones enigmáticos y sorpresivos, con sus expresiones de arte y cultura en cada calle, sus restaurantes y bares, picadas y clandestinos.
Cada día sorprende, cada imagen agrada y revitaliza y una noche de lluvia se vuelve mágica y poética.
Muchos hombres y mujeres notables pasaron y dejaron algo de si, impregnándolo todo con su vida y su historia, y muchas otras pasaran aportando al encanto de este barrio.
Yo seguiré observando el transcurrir de cada día y de cada noche, tal como lo hago ahora desde mi ventana mientras afuera se tejen más historias y yo intento olvidar la mía.

1 comentarios:

Unknown dijo...

oigan saben que es muy bueno luchar por rescatar nuestra historia yo hago lo mismo y mi nombre es JUSTO ESTAY el payaso del barrio YUNGAY y soy ha mucha honrra artista callejero quizas podamos hacer un trabajo juntos buena honda felicitaciones